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Publicado por
JOSÉ A. BALBOA
León

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Desde hace algunos años, la prensa informa con cierta frecuencia sobre los daños ocasionados por el lobo, y sobre las quejas de los ganaderos ante la pasividad, según ellos, de la administración autonómica ante el aumento de su número, y los obstáculos para cobrar las indemnizaciones por sus ataques. Estos ataques han aumentado considerablemente desde el 2007, que pasaron de 424 ese año hasta los casi 800 del último computado, con un número de cabezas de ganado muertas, que van de las 1.294 de aquel año hasta las 2.184 del 2010. La administración autonómica, a través de los técnicos del Plan de Conservación y Gestión del lobo en Castilla y León, intenta proteger la especie, que sufrió en el siglo XX una reducción considerable de su hábitat tradicional ibérico, y al mismo tiempo impedir el crecimiento excesivo del número de manadas, permitiendo cupos anuales de caza de este cánido.

Los ataques del lobo atraviesan sin solución de continuidad la historia del hombre, que siempre lo ha considerado un animal dañino, al que ha perseguido con saña, mediante chorcos, batidas, incentivando a los cazadores con premios. En la imaginación colectiva el lobo es un animal mítico y diabólico, nocturno, dotado de poderes mágicos e incluso satánicos; su presencia provoca un miedo paralizante y los pelos se ponen de punta, pues se sabe de su ferocidad, fuerza, astucia y rapidez en el ataque. Con la prosperidad económica, el lobo fue casi erradicado, poniendo en peligro la especie, aunque nunca desapareció del todo; e incluso, por obra de Rodríguez de la Fuente, se convirtió en un animal simpático. Desde hace unos años su número ha crecido y también los ataques al ganado (aunque los lobos comen mucha alimaña y perros asilvestrados por lo que son realmente profilácticos) provocando inquietud entre los ganaderos.

No hay menciones de ataques a personas, que fueron frecuentes en otras épocas, aunque no siempre era el lobo el culpable de algunos desaguisados. En los años sesenta del siglo XIX en Corullón, Sobredo y Cabeza de Campo se atribuyó al lobo la muerte de ocho niños; pero como escribe Miguel J. García aquello debió ser obra de un «lobo da xente»; es decir, de un hombre-lobo, alguien que, ante el hambre de aquellos años, hizo un uso antropófago de ellos. Nunca se descubrió la verdad, pero muchos lobos pagaron por la muerte de aquellos niños. Es extraño cómo la presencia de lobos se incrementa, o lo parece, en épocas de crisis, por ejemplo en los años de la postguerra, en los que los ataques a ganados y personas aparecían con frecuencia en la prensa. No cuestiono los datos oficiales; su número probablemente ha aumentado; pero en algunos casos debería estudiarse si las muertes de ovejas y vacas no son robos encubiertos de ganado.

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