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ENRIQUE CIMAS. PERIODISTA
León

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El Santoral nos recuerda que en tal día como hoy se honra a San Francisco de Sales; obispo, doctor de la Iglesia y Patrono de los periodistas. Para evocar personalmente la fiesta de tan significado personaje, deseo este año dar cuenta de un hecho sobresaliente: la publicación de un gran libro, físico y de contenido, del leonés P. Pedro Fernández, dominico, teólogo, liturgista y muy buen escritor; obra titulada El corazón de san Francisco de Sales, en el Monasterio de la Visitación, en Treviso . Una doble buena noticia: por el libro en cuestión y por el hecho milagroso de la conservación del corazón incorrupto del santo, en Italia. Detalle éste digno de ser conocido por todos.

Y ahora vuelvo adonde solía. Es decir, a la tarea de analizar —siquiera sea anualmente— aspectos periodísticos merecedores de ser tenidos en cuenta por la opinión pública, ya que el periodismo es cosa de dos: una activa, el periodista y otra pasiva, el lector, oyente o televidente. Las reflexiones que expongo para ustedes van por un derrotero de actualidad, en efecto, pero por sí mismas son sensibles social e informativamente. Lo he llamado ambivalencias, o lo que es lo mismo, vulgarmente, a dos paños.

Al descarado irrumpir en nuestro trabajo informativo (careciendo de acreditaciones académicas o de galones merecidos por empirismo adquirido a pie de tajo) a esa irrupción hay que agregar el daño originado a terceros, a causa de programas más que rastacueros; concretamente en determinadas cadenas televisivas. Hemos de lamentar que la plaga del desempleo, o la precariedad en el trabajo habitual de los periodistas, obligue a bastantes de ellos a uncirse a programas de «debate social», v.s. telebasura. Al mismo tiempo, afirmo también que sólo la profesionalidad del informador «de siempre», documentado y capacitado, aporta las notas de respetabilidad que puedan contener los montajes televisivos en cuestión. Y aquí empezamos con el fenómeno de ambivalencias profesionales no muy correctas, pero si laboralmente comprensibles.

¡Ay de la deontología de algunos, para con el público!, oyente o televidente; incluso lector en casos puntuales, a los que más adelante me referiré. Para con una sociedad que está demandando continuamente información veraz. Allí, en los «espacios basura» se truecan los elementos de crítica y análisis, por los del espectáculo gritón y desmadrado. Se confunde la insidia y la imagen difamatoria, con aquella corrección de crítica popular, que significaron, y siguen significando, costumbres y folklores, tal que la sana y «justa» trova irónica, tradicional en España: «bertsolaris» euskaldunos, joteros de coplilla satírica y troveros de todos los rincones de la nación. La corrala de la escena basurera, suele ofrecer el resultado de que alguien sea desollado y su fama descuartizada. Eso sí, mediante informes e informadores muy bien pagados.

Lo de la ambivalencia en periodismo viene de lejos; no es recomendable, aunque si es histórico. Hace muchos años que Mariano José de Larra popularizara su célebre «escribir en España es llorar!». Fígaro fue un buscador de quimeras a fuerza de pretender lo que él estimaba como más apetecible. Un diógenes del romanticismo quintaesenciado, con cien proyectos en la cabeza coexistiendo con una verdad: la de que no pudo, o no supo, hacer compatible la realidad de las cosas, con la propia interpretación de las mismas. Tampoco es que practicara la utopía a guisa de hábito social y literario. En concreto, y como periodista, se manifestó claro y agudo. Articulista culto y con estilo, basculó entre la buena intención del crítico profesional, y el vacío producido por una evidente desorientación moral, con frecuencia decantada —en su vida y en su obra— hacia soluciones muy de tejas abajo, e ignorante de los valores tradicionales.

En otro sentido, fue Larra un contradictorio caso de paradoja viviente. Por una parte, se acomodó a los ambientes (también los políticos) de la época, lo que no impidió al escritor, sacar tiras de la piel a los mismos que le sostenían. Y por otra parte, se alineó con las exigencias de la oposición… Fue un precursor de las prácticas periodísticas posibles, a la hora de servir a más de un amo. Dicho el vocablo amo en su más amplia acepción; sin necesidad de relacionarlo con amos temporales…

¡Cuántos larras comunicadores no funcionarán por esas redacciones y platós!. Honrados, no hay por qué dudarlo; eficaces en el trabajo, la mayoría. Y respecto a la materia ambivalente, v.g., coincidencia de militancia en concreta corriente de pensamiento, con ejercicio profesional de la crítica…, pues resulta que es legal. Y yo, que me permito dudar de la compatibilidad de esos casos, me pregunto ¿de qué forma, digamos ética, se cohonesta la situación? En este tema, y como casi todo lo que ocurre con los renglones de la historia que se escribe cada día, ¡vaya usted a saber qué prevalecerá!

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