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León

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Dice un amigo en Facebook que no nos podemos abrochar el cinturón y bajarnos los pantalones al mismo tiempo. Es difícil hacer las dos cosas de forma simultánea, aunque según marchan las cosas, creo que vamos a tener que emular a Houdini. Ahí tienen al consejero de Sanidad, hablando de ecuanimidad mientras trata de mandar al basurero de la historia el sistema público, obligando a los médicos a convertirse en siervos de la administración y condenando a los pacientes a sufrir una huelga cuyas reivindicaciones son más que justas. Pues eso, que los que nos salvan la vida tienen que decir amén a más restricciones económicas y a multiplicar sus horas de trabajo mientras quienes votan estas medidas siguen aupados a los coches oficiales, a dietas estratosféricas, a gastos de representación inmundos, a sueldos de infamia en un país asolado por la pobreza, habitado por personajes que cada vez se parecen más a los protagonistas de Dickens.

Y luego está lo de la calle, la del presidente Zapatero. No sé de qué me extraño. Si por algo se caracteriza esta provincia es por su temperamento resentido. Y, ya saben lo que decía el clásico, que no hay peor rencor que el que se siente por quien te ha ayudado. Y, otra vez, ¡qué falta de elegancia! Porque lo normal habría sido que la propuesta hubiera partido del equipo de gobierno. Y va el alcalde, en un ejercicio de cortesía, y dice que se tratará la proposición como cualquier otra. Le recomiendo a Emilio Gutiérrez un poquito más de fair play, como diría Rajoy. Pero no, en esta ciudad siempre se pisotea al que ha conseguido algo. Ay, la envidia... Igual sucedió cuando se cambió el nombre del estadio Amilivia. ¡Qué vulgaridad! Qué gesto más ruin y, sobre todo, qué innecesario. Como Cagancho en Almagro quedaron. No sé si alguien es tan cursi como para llamar Reino de León al Amilivia. Yo, desde luego, no.

Y dejo para el final al imbécil mayor de Irlanda, Michael O’Leary, famoso por desnudar a las azafatas y por haber convertido los vuelos comerciales en viajes de cuarta regional. Este hacha de la economía subvencionada se ha plantado delante de los trabajadores de Spanair para hacer negocio a costa de su desgracia. Habría que buscar un adjetivo nuevo para calificar esta mezcla de mezquindad y deficiencia mental. Supongo que este personaje aprovecharía hasta un accidente para hacerse publicidad. A ver quién es el guapo que ahora se sube a sus aviones.