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Publicado por
MIGUEL Á. VARELA
León

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Fue en un aula luminosa y fría que asomaba al Sil, en un instituto recién construido sobre el suelo más fértil de Ciudad del Puente. Era un tiempo de color gris esperanza: creíamos que las cosas todavía eran posibles. Era un país que empezaba a ser más inquieto que inquietante.

Entre los docentes convivían los últimos resistentes del régimen que se estaba muriendo con jóvenes profesores ilustrados en abundantes lecturas marxistas y un creciente puñado de recientes demócratas de toda la vida. Aquel lugar era, por tanto, un completo muestrario sociológico de un tiempo y de un país, pero creo que todavía no conocíamos la canción de Raimon: «De un tiempo que será nuestro / de un país que nunca hemos hecho / canto las esperanzas / y lloro la poca fe».

A medio camino entre el primer grupo y el tercero, Manuel Suárez Gutiérrez impartía en este tiempo unas clases tirando a surrealistas de la asignatura heredera de la FEN (para los menores de cincuenta: Formación del Espíritu Nacional) e igualmente inútil más allá de su más bien escaso alcance doctrinal. Recuerdo clases enteras dedicadas a copiar al dictado el machaconamente difundido discurso de coronación del Rey o la Ley de Reforma Política de Suárez, que había sido primorosamente impresa e intensamente buzoneada en todos los hogares del país. También un tenso debate con un alumno algo mayor, bastante más alto y mejor documentado, que le cuestionó la versión oficial de lo sucedido con el oro de Moscú. Un debate al que asistimos expectantes: aquello nos sonaba a novela de aventuras a lo Julio Verne.

Aunque se ganaba la vida como empleado de la MSP, Suárez Gutiérrez se vinculó a la actividad periodística local en el semanario Promesa , desaparecido a finales de los cincuenta. Suya era la completa colección de esta publicación que fue adquirida por el Ayuntamiento hace pocos años. También se ocupó un tiempo de Ventanal de la Ciudad, un espacio entre la opinión y la homilía en la única emisora local del momento. Fue corresponsal para el Bierzo del oficialista diario Proa y se encargó de atender la biblioteca de la entonces denominada Caja de Ahorros y Monte de Piedad de León, donde desarrolló un peculiar método de catalogación de libros digno de Ignatius Reilly.

Falleció hace unos días, a los 91 años, y sólo algún periodista ya entrado en edad cumplió el trámite obituario dedicándole un puñado de líneas. Seguramente el asunto tampoco daba para más pero a uno lo ha llevado de repente a buscar en la memoria aquel tiempo y aquel país que ahora se me aparecen como muy dickensianos: «la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación».