LA SEMANA
A Rajoy no le basta la mayoría absoluta
No es para menos. Con la crisis todo es posible. Tiempo hubo en que la mayoría absoluta parlamentaria garantizaba la felicidad y así surgieron los excesos y alguna corrupción. Que se lo pregunten a Felipe González y a José María Aznar. La mayoría absoluta fomenta la arrogancia y es preludio de una cura de humildad dolorosa. Mariano Rajoy quiere evitarlo. Si lo impide, mejor para él, para el Partido Popular y para el país.
Estamos en crisis a todos los efectos y Mariano Rajoy, muy atento a su entorno, ha visto en un año como caían dos primeros ministros europeos que disponían de mayoría absoluta. La crisis se los tragó independientemente de que fueran socialistas o conservadores. El griego Papandreu y el italiano Berlusconi ganaron por mayoría absoluta pero la crisis los barrió incluso sin elecciones. Como cayó anteayer el presidente alemán Christian Wulff desatando una crisis contra Angela Merkel. Quiebra financiera, agresiones a la sociedad o irregularidades económicas, el origen de la caída tanto da. La mayoría absoluta es imprescindible pero ya no es suficiente.
Eso explica los movimientos de Rajoy: podría sacar adelante en solitario la reforma financiera pero prefiere pactarla con el PSOE y Pérez Rubalcaba entra en el acuerdo, lo que es de agradecer. El PP en su tiempo de oposición jamás apoyó. Es más, lo extiende a Política Exterior y a la lucha contra ETA. Rajoy podría imponer la reforma laboral pero prefiere convalidar el decreto ley en las Cortes y buscar apoyos, que los encontrará, en Convergencia i Unió, PNV y otros. Y de paso matizará algunos extremos que encienden la calle, como ha compartido incluso Javier Arenas, llamado a ser el contrapoder en el PP.
De modo que no se confunda el festival del PP de este fin de semana en Sevilla con una fiesta adormecedora. Todos están felices, menos González Pons que aún no sabe porque no es ministro y al que la señora Cospedal le cierra el paso al poder en el partido, pero Rajoy, aunque aclamado, da síntomas de que no se duerme. Como el que paga la fiesta para que disfruten los suyos pero sabe que el lunes la realidad volverá a ser feroz.
Vivimos en unos tiempos no solo difíciles sino distintos. Estamos, más que en la economía de la crisis, que también, en la economía del miedo, según expresión editorial de Joaquín Estefanía. Y poseído por el miedo, el ser humano varía su comportamiento. Lo perciben los sindicatos que se contienen antes de convocar la clásica huelga general por temor a que sea un escaparate de su pérdida de influencia. Rajoy tiene amortizada la huelga. Si no se la hacen, hasta teme que Merkel y Sarkozy sospechen de él por blando. Soraya Sáenz de Santamaría hurga en la llaga sindical: «No defienden a los parados». Los sindicatos se revuelven pero Méndez, Toxo y Cía, saben que si la todopoderosa vicepresidenta dice eso es porque debe tener en mano una encuesta en la que la ciudadanía canta esa copla. No es una provocación gratuita.
Entretanto, el PSOE continua sus denodados esfuerzos para que Javier Arenas, por fin, gobierne en Andalucía. En los congresillos regionales, la resaca del duelo Rubalcaba-Chacón aflora. En Madrid el objetivo no es tanto ganar a Tomás Gómez como demostrar su debilidad. En Valencia, la guerra civil socialista pronto será la de los Treinta Años. En Cataluña, la nueva dirección del PSC anda a la caza y captura de once delegados que supuestamente no votaron a Carme Chacón. Once porque le faltaron veintidós votos y creen que todos eran catalanes y, además, del sector más catalanista. Eso creen, al menos. Asturias, sólo Asturias está hoy en la ilusión socialista de una tímida recuperación. Atentos a lo que ocurra el 25 de marzo.
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