LA GAVETA
Suárez Gutiérrez
Fue cronista de Ponferrada durante muchos años. Pero hace tantos que dejó de serlo que ya casi nadie lo recordaba. Llevaba mucho tiempo enfermo y también tenía muchos años. Hace unos cuarenta trabajaba en las oficinas de la MSP y siempre vivió en un chalet del poblado. Esa zona tenía su gracia en los tiempos fecundos de Suárez porque la ciudad terminaba allí, y porque no venía a continuación el habitual paisaje de los suburbios pobres. Los chalets lindaban con un escenario vacío, delimitado al oeste por la vía férrea de Laciana y al este por la carretera de La Coruña, donde pasaba Franco cada verano, con su caravana de militares y confesores.
Los chalets eran blancos, estaban cuidados. Todo el poblado parecía de Holanda. Con las acacias y la grava, el hospital y el economato, los setos de boj. Era un tiempo muy lento, de muchos jardineros.
Desde allí escribía Manuel Suárez Gutiérrez sus crónicas cotidianas para el diario Proa , el periódico del partido único de aquel régimen oscuro. Luego el diario se llamó La Hora Leonesa .
Suárez era un hombre muy conservador que había sustituido a Ignacio Fidalgo en la dirección del programa de radio más famoso del Bierzo: Ventanal de la ciudad . Fidalgo, que murió hace unos años, había sido defenestrado de su cargo por declararse agnóstico, algo intolerable para el nacionalcatolicismo.
Manuel Suárez publicaba en la prensa del Movimiento y hablaba por la radio del Movimiento. Sus ideas, sin embargo, se movían poco. También daba clase; y creo que abordaba otros empeños. Lo mejor de él, para mí, fue que un día me habló de las Médulas, donde nadie iba por entonces, y me dejó muy intrigado. También escribía un libro sobre el general Gómez Núñez, que no fue un militar golpista, sino un gran señor de los regadíos, nacido en Cubillos en 1859. Un soldado que amaba profundamente al Bierzo y que fue quien ideó el pantano de Bárcena, inaugurado veinte años después de su muerte.
Esa era la vida de Suárez: la del periodista remoto en tiempos remotos. Muy admirador de Fraga, un día de 1971 me enseñó en su casa cartas de aquel político dirigidas a él. Estaba muy orgulloso. Por todas esas razones, a mí siempre me impuso respeto. Pero todo eso lo dulcificaba su mujer, la gallega Olimpia Conde, una de las señoras más bellas y más bondadosas de la ciudad. Pimpa era y es una mujer generosa, sonriente y cercana. Hada de los niños que fuimos.
Manuel Suárez escribía sus artículos de orden en el despacho, sonaban sus teclas en el pequeño huerto del chalet. Y Pimpa hacía plum cake en la cocina, que nosotros, púberes, aguardábamos con gran apetito. Era un tiempo de bicicletas y de sol.
Y ahora ha muerto Suárez; todo el mundo le llamaba Manolo. Pero Pimpa siempre le llamó Súa.