EL AULLIDO
Jonás
En León somos herederos de una estirpe de gentes endurecidas por el frío y el trabajo, gentes implicadas en la vida que pasaron juntos por todo, que se hicieron continuistas y recios en lo que tiene que ver con los afectos pero que perseveraron y por eso perduraron, gentes sencillas, que no se plegaban, que no se vendían, que no pudieron estudiar porque había que trabajar pero sabían mirar a la luna con calma y con alma, y leer los cantos, y los cielos, y los rostros, y las líneas de las palmas de las manos…
Hay en el CLA una exposición escultórica repleta de piedras que laten igual corazones, como las piedras megalíticas de Stonehenge. El autor, dotado de una intuición extrasensorial, es un luchador existencial al que no conozco personalmente y me gustaría, Jonás Pérez, ochenta años de talento en forma de escultor que empieza a comparecer en público, a enseñarse, a conmovernos con su destreza intuitiva a la hora de quitarle a la piedra todo lo que le sobra. ¡Una impagable oportunidad para el estremecimiento no sólo de los espectadores con paladar educado!
El austero universo expresivo de Jonás Pérez, este leonés enamorado de la materia y sus secretas posibilidades, este artista alejado de cualquier malabarismo de la imagen que trabaja sin apartarse de la pureza para dar forma a la forma, ha sido descubierto por Eduardo Arroyo y Luis García, maneja una iconografía que remite al primitivismo poético –así se titula acertadamente la exposición- de las esculturas de la Isla de Pascua y de África, y transpira humanidad. Y es que en verdad todas sus obras, que se caracterizan por la esencialidad, el lirismo evocador, la ingenuidad transparente, la ironía en ciertos títulos y la poesía espiritualista de fondo, nos regresan al punto de partida de nosotros mismos.
Supone una retracción de la conciencia y un modo excelso de recobrar el pálpito primigenio que vamos perdiendo con el estrés, el desapego y la carrera irrefrenable y angustiosa hacia la novedad o la cima que algunos quieren que sea la vida, visitar esta exposición amplia en trabajo, talento y poder de impacto emocional a la vez que exenta de imposturas.
De hecho, lo confieso, desde la exposición antológica de Castorina no había asistido en León a una exposición escultórica que me concerniera tanto, que me hablara tanto, que me apuntara con el imaginario dedo en dirección a lo que ha de ser la vida y han de ser los sueños, y los recuerdos, y los cimientos personales…
En León somos herederos de una estirpe de gentes cuyo hacer tiene que ver con la belleza, el esfuerzo y su condición de personas endurecidas por ese duro bregar que les ha dejado un alma que ya no está para guerras ni paces… Pero hay quien sabe convertir piedras y rosas. Gracias.