EL RINCÓN
La ósmosis sociológica
En la Rusia de los zares existía todavía el siervo, una servidumbre que venía del siglo XVII, y que tendía a evitar que las explotaciones agrícolas, propiedad de los aristócratas, se quedaran sin brazos que las trabajaran. El siervo, pues, quedaba atado a la tierra, y cuando el dueño de ella la vendía, la vendía con el siervo incluido, como si fuera un objeto más. No obstante, el siervo tenía el reconocimiento de ser humano libre y, por tanto, su dueño no podía matarlo.
Cuando llegó el triunfo de la Revolución, entre otras cosas para evitar injusticias tan horribles, no tardó en asumir los excesos contra los que se había luchado, y Stalin organizó la repoblación de Siberia, con lo que el siervo se llamaba camarada pero estaba todavía peor, porque le obligaban a ir a vivir donde disponía el Partido y la ejecución, en caso de oponerse, era automática.
La Andalucía de los caciques y señoritos ha dejado un reguero de abusos que permanece en la memoria de sus pobladores. La llegada del PSOE al poder andaluz fue recibida como una victoria sobre los antiguos opresores, y la continuación de la confianza se ha venido prolongando más de un cuarto de siglo.
Es curioso que, los dirigentes socialistas, por esa extraña ósmosis, ese contagio sociológico, hayan concluido por actuar con el mismo desparpajo, con el convencimiento de ser dueños y señores del presupuesto, y con la prerrogativa de dar trabajo al que cae bien, al disciplinado, al amiguete o al pariente del amiguete. Ese grosero reparto del dinero de los presupuestos es la actitud del dueño del cortijo que pone en fila a la peonada para pagarle. Aquí se ha cambiado por ordenadores, expedientes inventados y una cierta apariencia administrativa, pero se ha plagiado la prepotencia, la altanería limosnera, la facundia del amo, esa seguridad en la sumisión del aspirante al favor, esa ósmosis que siempre se repite.