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Publicado por
MIGUEL PAZ CABANAS
León

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Existe un principio en economía que asegura que «lo pequeño es hermoso», que es una forma de decir que frente a esa tecnología global que todo lo arrasa siempre podemos echar mano de los recursos locales que nos identifican y que a veces, desde su aparente modestia, se pueden convertir en oportunidades sólidas y prometedoras. Cada vez es más frecuente que las ciudades (especialmente las de tamaño medio o reducido) busquen elementos propios que las distingan del resto, o cuando menos las permitan integrarse en clubs y redes afanadas en difundir un estilo de vida caracterizado por la excelencia de su cultura. Nos enterábamos hace unos días por Cristina Fanjul de que la Unesco había decidido otorgar la distinción de ciudad literaria a la capital de Islandia, Reykjavik, descartando un año más a León, que se queda sin un título que comparten lugares como Edimburgo, Melbourne o Dublín. Habrá quien piense que la noticia no tiene ninguna trascendencia (lo cierto es que ha pasado prácticamente desapercibida), pero seguramente no opinarán lo mismo los irlandeses o los escoceses, que han sabido rentabilizar su pertenencia a la Red de Ciudades Creativas a través de eventos literarios de alcance y prestigio internacional. O expresado de otra forma: han convertido ese reconocimiento en una fuente de ingresos turísticos para sus ciudades.

Parece ser que desde el Ayuntamiento se tiene intención de seguir presentando su candidatura, lo que resulta consolador. Habría que empezar, sin embargo, por creer firmemente en nuestras posibilidades, algo que no se deduce, por ejemplo, del hecho de que el año anterior el Premio Leteo (si algo similar se organizara en Burdeos o en Pamplona, ya lo habrían convertido en patrimonio cultural permanente) se haya quedado sin financiación pública alguna. Sobre todo si tenemos en cuenta que Reykjavik, con veinte mil habitantes más que León, ha hecho una apuesta seria y decidida por ganarse el galardón de la Unesco.

Si de algo puede presumir León es de su nómina de creadores, que como quien no quiere la cosa representan un «bien intangible», algo que no se puede importar ni fabricar, y que sin embargo está ahí, en los versos de Gamoneda o en las fotos de Alberto García-Alix.

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