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Publicado por
Ara Antón. Escritora
León

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Hace unos días la prensa se hizo eco de un debate entre el zoólogo ateo Richard Dawkins y el arzobispo de Canterbury, Rowan Willians. El tema era «La naturaleza de los seres humanos y la cuestión última de nuestro origen». Sorprende que a estas alturas de la historia perdamos el tiempo en este tipo de enfrentamientos entre creyentes y aquellos que presumen de no serlo. Y digo que es una pérdida de tiempo porque los primeros no pueden —y por otra parte no debería importarles— justificar su fe, que en la mayoría de los casos no necesita de pruebas para cimentarse, a parte del propio convencimiento, y porque los otros, agnósticos o ateos, a pesar de lo que se empeñen en hacer creer, carecen así mismo de argumentos contundentes en los que basar sus teorías, que, hasta el momento, no pueden pasar de ser eso: teorías. Y si no, basta estudiar la respuesta de Dawkins sobre el origen del ADN: «Nadie entiende aún muy bien cómo surgió el ADN»; o su negación del diseño creativo, aduciendo: «Parece que estamos diseñados, pero eso es una ilusión»; u otra vuelta de tuerca con su argumentación sin base: «... es altísimamente improbable que existan fuerzas sobrenaturales».

Los científicos barajan posibilidades de universos matemáticamente posibles. Apuntan que pueden desdoblarse cada vez que tomamos una decisión y excluimos otra, permitiéndonos vivir simultáneamente vidas diferentes en varios lugares de esos universos paralelos. Otras posibilidades que les muestran sus fórmulas son la existencia sucesiva de universos independientes, dentro del espacio infinito que los contiene, el universo inflacionario o los universos brana, entre otros ( La realidad oculta , de Brian Greene). Todas estas teorías y algunas más parecen posibles y los experimentos que se están realizando van encaminados a encontrar partículas que confirmen algunas de ellas, mas sus argumentos se detienen cuando se plantea la gran pregunta del origen primigenio. Entonces surgen respuestas que no hacen sino crear otras cuestiones, como cuando aseguran, sin perder su sonrisa de suficiencia, que «fue una gran concentración de materia en un punto minúsculo». Ya, pero ¿de dónde procede esa materia? Con muchísimo valor y descaro, algunos se han atrevido a afirmar que «de la nada».

Corríjanme si me equivoco, pero no alcanzo a ver ninguna clase de materia que surja de la nada. ¿Acaso sus investigaciones sobre el desarrollo celular y la creación de vida pueden hacerse sin un material de base, o sea, con nada? Cuando hablan de «espacio infinito» ¿a qué se refieren? ¿Empieza o no empieza en algún punto? ¿Qué lo contiene? ¿Por qué existe?

Dawkins, un darwinista convencido, no ha debido de profundizar mucho en las ideas de su maestro. Como aclaración, tomo un párrafo de la Teoría de la Evolución de las Especies : «Que todos los organismos de este mundo han sido producidos con un plan es cierto a juzgar por sus afinidades generales, pero si puede demostrarse que este plan es el mismo que el que se obtendría si los seres orgánicos afines descendieran de un tronco común, resultaría entonces muy improbable que hubieran sido creados mediante actos individuales de la voluntad de un Creador.» (Traducción de Joan Lluis Riera).

Darwin no borra al Creador, simplemente lo descarga de trabajo y ciertamente no sería imprescindible que fuera fabricando con sus manos, uno a uno, los seres; simplemente, habría de poner las bases del funcionamiento vital, para que los organismos, cumpliendo las programaciones pensadas, evolucionaran por sí mismos.

Hay demasiadas cuestiones sin respuesta, mal que les pese a algunos prepotentes científicos. Sería conveniente un poco de humildad y, sobre todo, de respeto por las ideas y creencias, ya que aún no tienen fundamentos de peso para rebatirlas ni respuestas a las grandes preguntas que la humanidad lleva formulándose, desde que ha sido capaz de contemplar la inmensa oscuridad que la rodea.

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