Diario de León

FRONTERIZOS

Una charla sobre las pérdidas

Publicado por
MIGUEL Á. VARELA
León

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Esta es una historia que ha quedado pendiente en la cuenta de las cosas que tendrían que haber sido y no fueron. Cuando Tonino Guerra pudo conocer los valles del Bierzo era a principios de la primavera y los montes tardíamente nevados que cierran la comarca por el sur brillaban al sol. El hombre que arrojó un vaso de agua de lluvia a la cara de la poesía contemporánea quedó fascinado ante la visión de aquella cordillera eremítica, de aquel paisaje tan masculino, tan diferente al de las colinas redondas como el cuerpo de una estanquera de su Rímini natal, que miran al Adriático y se abonan con ánforas romanas.

Cuando Tonino Guerra pudo andar por el Bierzo aún no había escrito aquel largo poema que luego Fellini transformó en imágenes y Nino Rota en partitura eterna. Con un vino de las cepas centenarias de Corullón en la mano contó su historia y recordó cómo componía endecasílabos en lengua romañola sin lápiz ni papel, conservándolos en la memoria para recitárselos a sus compañeros prisioneros en un campo de concentración alemán. El día que lo liberaron —dijo mientras se descubría ante un cerezo en flor— fue el más feliz de su vida: «me quedé mirando una mariposa sin ganas de comérmela».

En aquellos días bercianos, Tonino Guerra pudo llegar a conocer a Antonio Pereira, que lo invitó a comer en Villafranca, entrando en conversación sobre sus respectivas tribus. Pereira le contó el caso de aquel vecino celoso que, después de una seria discusión con su mujer, se arrojó por la ventana, dispuesto a morir con honor, sin percatarse de que vivía en una planta baja. El paisano sólo se dislocó un tobillo pero al día siguiente contaba en la Alameda a quien quisiera oírle, con ese tono hiperbólico tan propio de los pueblos en los que ha nacido un poeta, que se había suicidado por amor. Tonino metió la historia en el guión de «Amarcord» pero la secuencia, lástima, se descartó en el montaje.

Pereira y Tonino hablaron entonces de pérdidas. De los campesinos que se resistían a abandonar  la tierra, de las higueras que crecen en los muros de las iglesias derrumbadas, de las aceñas en las que ya sólo se muelen palabras en desuso y de gallinas que escriben con las patas poemas taoístas en el barro de los caminos. Villafranca aún no se llamaba Ciudad de los Poetas y Santarcángelo di Romagna tampoco era todavía Santarcángelo dei Poeti, el pueblo al que Tonino volvió hace veinte años, harto de la ciudad, «con todas aquellas uñas delante de la boca». El lugar en el que vino a morir, como último giro del espléndido guionista que era, en el Día Mundial de la Poesía. «La muerte no es aburrida, viene sólo una vez», le había dicho a Pereira en aquella charla sobre las pérdidas que pudiera haber sido.

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