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Publicado por
LUIS COMEN DE LAMA
León

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Hace más de treinta años, cuando en España se pasó de una dictadura a una monarquía parlamentaria sin el más mínimo desorden público, fue un ejemplo a nivel mundial. Desde entonces en España tenemos una Constitución; todos los ciudadanos somos iguales ante la ley y existe la libertad de expresión. Había llegado la democracia. Todos los partidos políticos pactaron un acuerdo de «ni vencedores ni vencidos» que se respetó hasta que llegó la memoria histórica seguramente promocionada por políticos mediocres que no han sabido respetar el pacto de la transición y, seguidos por ciudadanos resentidos y aleccionados han pretendido crear una política de campanario involucionista. Cicerón decía que no preocuparse en absoluto de lo que la gente opina de uno mismo no sólo es arrogante, sino también desvergüenza. En la opinión pública se constata que la democracia es más que cualquier otro régimen y exige el ejercicio de la autoridad. En las últimas semanas hemos escuchado atónitos cómo se censuraba al Tribu­nal Supremo (asunto Garzón) diciendo, incluso, algún parlamentario que él no acataba la sentencia mostrándose con una moral privada relativista que lo desacredita democráticamente para ser representante en el Congreso de los Diputados; parece que algunos ya no necesitan ser responsables, con ideas, ante la sociedad, tienen bastante con su ideología y su retórica triunfalista sin demostrar la menor consideración a la más alta institución en España del poder judicial. Como muy bien ha sentenciado The Wall Street Journal , «verdaderamente algunos políticos son tan obtusos como parecen». En democracia partiendo de la libertad ilimitada vamos a dar con el despotismo sin límites aunque siempre tendrá la sociedad civil para luchar contra esos desmanes, tres armas: ley, opinión pública y conciencia. Siempre politólogos e historiadores se han interesado sobre todo por el papel que ha desempeñado y la opinión pública en la vida política. Rousseau sostenía que todas las leyes se basaban en última instancia, en la opinión pública y consideraba que su libre expresión era la principal salvaguardia contra el despotismo.

Cuanto más politizadas estén las instituciones y, veladamente el mundo de la enseñanza, la propaganda político-partidista se puede elevar a potencias inusuales debilitando, como es lógico, la democracia. Posteriormente, empiezan a crearse en las clases políticas las dictaduras del relativismo haciendo un flaco favor a la democracia anteponiendo las ideas partidistas a que el pueblo pueda ejercer libremente la soberanía para la defensa del bien común. Así han llegado los ciudadanos al descontento, la frustración y, sin ideales ni esperanzas. Los políticos y la sociedad que deberían reunir a los hombres, los mantiene de hecho separados y los hace enemigos de sus congéneres; las exigencias de libertad exige las mismas tareas al educador que al legislador, pero la libertad política, algunas veces abre las puertas al despotismo, al colectivismo y el totalitarismo y las leyes pueden llegar a fundarse más en la autoridad que en la verdad. Las leyes se derivan de un sentido de la justicia, no de un supuesto principio de finalidad: Una no aplicación de la ley, o una forma torcida de aplicarla, supone socavar la noción de la misma ley. Únicamente la soberanía nacional es la característica que define a un Estado independiente, lo que significa independencia constitucional. Las naciones-estado son esenciales para preservar la democracia y, de momento parece que no existe nada nuevo en la burocracia como alternativa a la democracia. La política como la entendieron los antiguos griegos, la verdadera política es un arte no una ciencia. En ella entran en juego el juicio y el valor, algo que no puede consultarse en los libros. Cualidades como el valor, la credibilidad y la integridad son el material de que está hecha la política y también la economía. La honradez es la mejor política. La opinión pública coincide que es una realidad que en política, cualquier alianza entre dos o mas naciones, solamente durará mientras coincidan sus intereses. «Una nación no tiene amigos, sólo intereses» y puede comprobar que el afán de poder de los eurócratas entra en conflicto con el deseo de los ciudada­nos de controlar su propio destino y critica a la Unión Europea que los países que puedan usar la moneda única deberían tener estructuras similares, estar en un nivel semejante de desarrollo y progresar a ritmo de crecimiento similar y, también si será Maastricht la revolución en la UE que devore a sus propios hijos. Lo que sí parece es que en la historia europea los vientos de cambio soplan a través de las Puertas de Brandenburg. También es cierto que los estados europeos a menudo han encontrado intereses comunes en la guerra, rara vez en la paz. Llevan demasiado tiempo recitando letanías para sacarnos de la crisis, algunas veces sin legitimidad democrática por falta de responsabilidad política.

En España se necesita algún alivio a los que más sufren y que carecen de los medios suficientes para atender sus primeras necesidades básicas y, existen familias en el desempleo que tienen encima la sombra permanente de ser desahuciados de su vivienda habitual. La opinión pública sabe muy bien que no es de recibo, mientras «algunos» se van con sus salarios y jubilaciones blindados diciéndose a sí mismos «vengan días y caigan ollas», sin haber asumido que la democracia es Gobierno de opinión, una acción de Gobierno fundada en la opinión y, continúan pensando que los ciudadanos tienen que vivir para servir a la democracia, en lugar de defender una democracia que debe de existir para servir al ciudadano. Nuestras genialidades políticas y las de la UE nos han dejado guardando «cola» en los Montes de Piedad y en los «mercados financieros». Con tanta ingeniería política nos han hecho perder el centro de gravedad y vivir ingrávidos cuando, al parecer, en España un 21,50 de la población vive en el umbral de la pobreza. «Hubo dos Cristos en el Gólgota: / Uno bebió vinagre, otro miraba. / Uno estaba en la cruz, el otro en la muchedumbre». (Carl Sandburg).

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