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LUIS ARTIGUE
León

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Afirma David Ordóñez, perito en el arte de saber, perito en lunas, que a grandes rasgos la Universidad de León siempre ha jugado en la misma división que la Cultural Leonesa, entre Segunda B y Tercera. Y si esto es así, qué sé yo, no lo parece en su área cultural.

Pensando en esto, ahora que tenemos reelegido rector de la ULE, reparo en que nunca he escrito nada sobre la labor cultural de la Universidad, y supongo que ésta es una ocasión tan buena como cualquier otra. En este sentido desde que tengo uso de razón siempre ha habido una crisis de algo, sobretodo de cultura. Y sin embargo con frecuencia me he encontrado como espectador, en medio de recesiones varias, con excepciones que brillan en el páramo; gestores como amas de casa institucionales que saben armonizar calidad y precio... ¡Así Tabernero!

Nos queda la belleza, reza la canción de Luis Eduardo Aute. Y como refrendando esto hemos de decir que la labor de José Luis Tabernero al frente de las actividades culturales de la ULE ha sido ejemplar. Ayer mismo tuvo lugar una magnética noche de teatro en El Albéitar que nos insufló impagable belleza. Y en esa misma sala hemos escuchado a precio razonable conciertos de músicos inaccesibles para nuestros ojos —los cuales tan sólo conocíamos gracias a los programas de Radio 3— como Sean Kent y Tail Dragger, por ejemplo. Asimismo hemos visto y celebrado a algunos de los grandes de la escena internacional sobre esas tablas dotadas de una cercanía, de una inminencia, única (cito a El Bujo y a Tato Pavlovski, por poner sólo dos nombres). Hemos sabido casi desde que se creó de la existencia de la ahora pujante narración oral escénica. Hemos escuchado a cantautores como Javier Álvarez y Quique González en conciertos intimistas, preciosistas, que tenían la cercanía de la piel desnuda amada. Y nos hemos hasta engañado creyendo más que nunca, gracias a tanta belleza accesible, que León era un terreno cultural repleto de posibilidades.

Del mismo modo cómo olvidar los ciclos de cine exótico en la filmoteca —nunca fue más negro e hipnótico ese cine negro que jamás antes pudo mi generación ver en pantalla grande—, los conciertos de los maestros del jazz como Thelonius Monk tocando el piano con su gorro ingenioso, su dedos anillados y su mirada en trance vistos en gran pantalla entre esa oscuridad densa que nos parecía toda hecha de magia, inspiración y humo de tabaco, las exposiciones de pintura en esa sala tan alternativa como la vida atenta...

Este semana me he topado con un bibliotecario con sobredosis de superioridad moral que me ha dicho que es tan listo como Ortega y Gasset juntos, pero también, gracias a El Albéitar, ha seguido habiendo belleza en mi vida; nuestra vida… ¡Vivan quienes viven de y en la cultura!

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