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León

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La cabra tira al monte y el cazador tira a la cabra. 67.500 euros ha pagado un millonario ruso por cazar en nuestra tierra una cabra montesa. No soy cazador, aunque en su día fui cazado por el certero perdigonazo de Cupido, y hasta ahí llega mi experiencia cinegética. Tampoco soy pescador, pero creo como el personaje de Hemingway que lo que cuenta no es tanto pescar al pez como enfrentarse a él con dignidad, pues «un hombre puede ser destruido, pero no vencido». Mi concepto ideal de la emoción fuerte es leer Guerra y paz a la sombra de un chopo. Si me pierdo por nuestros montes no creo que sobreviviese gracias al dominio de las destrezas que permitieron a nuestros antepasados alimentarse cada día, sino por haberme encomendado a San Judas Tadeo, patrón de los imposibles; y no me hallarían bailando con lobos, sino tratando de convencerlos de las excelencias de la dieta mediterránea. Algunos se oponen a la caza y a la pesca pero luego, en lo concerniente a los seres humanos, quien se la hace… la paga. En mi caso, digamos que asumo que otros hagan el trabajo sucio.

Comprendo que haya en quienes la caza libera energías atávicas, pues nuestros genes son una verde colina de África. En lo más remoto de nuestra genealogía, todos procedemos de una cueva oscura, de una tribu, de un fuerte que se impuso a un débil, aunque el universo cristiano trascendiese esa ancestral jerarquía dialéctica de la fuerza bruta. Sin embargo, y tras haber reconocido la inconsistencia que pueda haber en que me guste la morcilla pero me sobrecoja la matanza del gocho, mi corazón está más con aquella escena final de El cazador en la que tras su experiencia en Vietnam, el personaje interpretado por Robert de Niro ya no puede dispararle al ciervo. A partir de cierta edad, todos somos ex combatientes. Y son nuestras propias incoherencias las que mejor nos definen.

Entre brindis de vodka, el magnate ruso se lo estará hoy contando a sus amigos. Es humano hacerlo. Sólo el recuerdo resulta superior a la vivencia. ¿Acaso el capitán Achav no estaría aún jactándose de haber capturado a la ballena blanca, en caso de haberlo logrado? Pero Moby Dick no era una cabra montesa. Es más, quizá ni siquiera fuese una ballena.

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