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PEDRO VICENTE
León

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Entre las muchas paradojas de la política está la de las victorias electorales que en realidad entrañan dolorosas derrotas y la de las derrotas que a la postre se transforman en victorias. El pasado domingo se dio el caso por partida doble. En Asturias Álvarez Cascos perdió las elecciones que había ganado hace diez meses y sin embargo lo más probable es que siga gobernando el Principado. El más que previsible acuerdo entre su partido y el PP condena a la oposición al PSOE, con diferencia el partido más votado por los asturianos.

Exactamente lo contrario que en Andalucía, donde la derrota del PSOE no impedirá a los socialistas andaluces mantener el Gobierno. Nunca una derrota —la de José Antonio Griñán— había sido tan celebrada por los perdedores. Y nunca una victoria —la de Javier Arenas— había sido tan amarga. El mantenimiento, contra todo pronóstico, del feudo andaluz supone un respiro para el PSOE y un innegable revés para el PP, que había puesto toda la carne en ese asador.

El sorprendente desenlace de los comicios andaluces constituye todo un bálsamo para un partido que sigue lamiéndose las heridas de sus anteriores descalabros electorales en medio de un clima de división interna que no ha remitido tras el congreso de Sevilla. Esto último se ha constatado en los recientes «congresillos» provinciales previos al congreso autonómico de Castilla y León. Junto al hecho de que en León los críticos hayan ganado a los oficialistas está el dato de que la gestión de la Ejecutiva autonómica encabezada por Óscar López haya sido respaldada tan solo por el 56 por ciento de los delegados leoneses. Y no ha sido la única provincia en la que se ha hecho patente la desafección hacia López, ya que en Burgos su gestión ha sido refrendada sólo por un 30 por ciento, en Zamora por un 54 y en Valladolid por menos del 60. Este voto de castigo a su gestión autonómica supone todo un desaire para el actual secretario federal de Organización.

Pese a lo agitadas que bajan las aguas, el candidato de Ferraz para ocupar la secretaria autonómica del partido, el palentino Julio Villarrubia, no tendrá contrincante en el congreso de abril. Pero ello no significa que Villarrubia concite la unanimidad y menos aún el entusiasmo.

Sucede simplemente que las divisiones internas impiden que haya alternativa al candidato del aparato, cuya irrupción conlleva por otro lado una bicefalia que debilitará aún más al PSOE de Castilla y León. Lamentablemente cuando más necesaria sería una oposición fuerte que contrapesara la aplastante hegemonía del PP en esta comunidad autónoma.

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