EN BLANCO
José Antonio Díez
No les cuento nada nuevo al recordarles las ojeras de derrota que dejaron en el PSOE los dos reveses electorales acontecidos el pasado año, provocando el peor de los escenarios en una ideología que parecía de estar de capa caída en el mercado político. Los hechos suelen pasar por encima de las palabras, así que pronto se hizo evidente la enorme dificultad que presentaba el gestionar los alicaídos ánimos colectivos. De repente, el contigo «pan y cebolla» de antaño dio paso a unos vientos de discordia que sacaron a relucir los vicios domésticos del socialismo leonés. El engranaje de desconfianzas en que se movía el partido facilitó una espiral de dimes y diretes entre los afines y los hostiles a la forma en que se llevaron las cosas. Dejaron de gustarse unos a otros, en definitiva, y aquel entramado de intereses comunes degeneró en una espiral de desacuerdos entre críticos y oficialistas, aderezada por amagos de expedientes por aquí y sanciones por allá, en un intento de buscar el bulto a cualquier amago de discurso alternativo.
Para tratar de comprender el psicodrama que se vive en el PSOE me he tomado unas cañas con José Antonio Díez, un brillante táctico de la política al que se incluye entre los líderes del llamado sector crítico. Dice, y dice bien, que su partido necesita una suerte de auditoría moral para recuperar la credibilidad penosamente perdida y restablecer una conexión con el electorado a base de generar ilusión y expectativas. La renovación no sería tanto de personas como de actitudes, aunque en su opinión resulta recomendable aportar al socialismo local una experiencia que proceda de profesionales llegados desde el ámbito privado, como es su caso, pues así se garantiza una cercanía cierta a las realidades sociales del día a día. Con mucho rigor en las distancias cortas, José Antonio está llamado por convicción y formación a las más grandes empresas. Y no es pasión de amigo.