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Publicado por
RAFAEL TORRES
León

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La mayoría de las carreteras por las que estos días circulan y se desplazan millones de vehículos se hallan, según puede comprobar cualquiera, en un estado lamentable. Paralelamente, el Gobierno estudia elevar el límite de velocidad permitido para transitar por ellas. Alienado con las cosas de la especulación y del dinero, con la deuda, el déficit, los recortes, la prima de riesgo, el gobierno olvida su mayor responsabilidad: la de garante de la seguridad y la vida de los españoles.

Según se desprende del informe de la Asociación Española de Carretera, los caminos del país principian a ser, nuevamente, de cabras. Una vez que se sarpulló el mapa de autovías, bien que en muchos casos mediante el expeditivo y algo cutre procedimiento de desdoblar las viejas carreteras, el mantenimiento se olvidó de ellas. Hace un cuarto de siglo de aquello, y el deterioro sufrido en los firmes y en las señalizaciones no ha conocido, en puridad, la época de vacas gordas, aquella en la que, al parecer, atábamos los perros con longaniza. Aquél tiempo sirvió para que se enriquecieran insultantemente, groseramente, los peores, y para que el resto se endeudara de por vida, cayera en manos de los bancos y sembrara la mísera mies que hoy no alcanza a alimentarnos, pero en aquellas carreteras de ocasión, de atrezzo, de fortuna, no se invirtió lo necesario para que se mantuvieran, cuando menos, lisas.

Se necesitan urgentemente, sí o sí como se dice ahora, unos 5.000 millones para recomponerlas un poco y evitar su irreversible ruina, pero los recortes del actual gobierno, urdidos y aplicados sin tino, sin equidad y sin cordura, vienen a morder un poco más las cunetas roídas. Antes de esos recortes, empero, reinó la desidia, y las carreteras por las que transitan los viajeros de todo tipo, los escolares en busca del colegio lejano, los combustibles, las mercancías, exhiben amenazadoramente sus chancros y sus bubas. Ni el asfalto se repone, ni los baches se parchean, ni las rayas se pintan, ni las señales se adecentan, ni las luminarias fundidas se sustituyen por otras. ¿Dónde está el dinero para la conservación no ya de las carreteras, sino de la vida?