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Los problemas, como las cerezas, nunca vienen solos. A la recesión que aplaza la recuperación del empleo, ralentiza el consumo, mantiene cerrado el grifo del crédito, dispara la prima de riesgo y empuja al Gobierno a subir impuestos y programar recortes en todas las áreas y servicios que presta la Administración, se añade y redobla el desafío de los nacionalistas vascos que, como quedó explicitado durante el fin de semana, apuestan ya sin ambigüedades por la deriva separatista.

Los nacionalistas de derechas (PNV) y el conglomerado de extrema izquierda del llamado mundo aberzale, aglutinado entorno a la última franquicia de la matriz histórica de Batasuna, el brazo político de la ETA.

Tradicionalmente, el PNV, el partido de la burguesía vasca, con un discurso retórico, aprovechaba el Aberri Eguna para recordar que soñaban con un Euskadi independiente. La cosa no pasaba de ahí dejando en el aire, eso sí, alguno de los acostumbrados exabruptos de Xavier Arzalluz o la robótica salmodia de Ibarretxe.

Este año, con Iñigo Urkullu al timón, han cambiado de homilía. Saben que les ha salido por la izquierda un competidor que les disputa la hegemonía del discurso aberzale y, de paso, el poder —como ya ocurrió en Guipúzcoa y en el Ayuntamiento de San Sebastián—. A un año de las elecciones, con un Partido Socialista al que las encuestas condenan a la irrelevancia, se temen lo peor.

Siendo para ellos, lo peor, obvio resulta decirlo: la lejanía del poder. Por eso, han tensado la cuerda. Quieren aparentar que no es el pánico sino la coherencia lo que les lleva a exigir al Gobierno («Señor Rajoy, no se quede en el rellano, suba las escaleras») que abra un proceso de negociación con un horizonte a lo Kosovo.

No ignora Urkullu que cualquier paso en esa dirección toparía con el mandato constitucional que establece (Art. 2) la indisoluble unidad de la Nación española, pero hace como que dos y dos pueden sumar cinco si la política y las circunstancias así lo permitieran.

Como no es el caso, tengo para mí que sería bueno que el presidente del Gobierno, en algún formato de comparecencia pública, diera la oportuna réplica a éste y otros desafíos del momento.

De paso, también podría despejar algunas de las dudas que han suscitado las últimas medidas del Ejecutivo. Podría empezar por la polémica amnistía fiscal.

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