AL TRASLUZ
Caer de pie
Leo que el Ayuntamiento de León paga 70.000 euros al año por caídas de ciudadanos en las aceras. ¿Es poco, mucho o regular? Depende de las consecuencias del trastazo. No es lo mismo caerse solo que con todo el equipo. El pasado martes, en la calle López Castrillón estuve a punto de echarme a perder por un desnivel sorpresa que parecía diseñado por un arquitecto del Reich; si mi señora no me agarra, conmemoro allí mismo el centenario del hundimiento del Titanic , que es este domingo, aunque, para ser justos con el urbanismo local, no descartó que el trompicón se debiese más a mi despiste que a una zancadilla del asfalto. Sea como sea, con esta crisis, el que no cae es porque ya cayó, está en ello o porque no tiene dónde. Caer, caída, caerse son conceptos resbaladizos, que los carga el diablo, como la escopeta de Froilán. «Señor alcalde, pregunta este legionario jubilado que si tiene derecho a indemnización por la caída del Imperio Romano», «señor alcalde, dice Abel que si lo de Caín…», «señor alcalde, ¿mi caída de ojos cuenta como esguince?» Tampoco hay que abusar. Por ejemplo, a Javier Chamorro no le ha caído nada bien la contratación de Joaquín Otero como asesor jurídico del Procurador del Común ¿se le ha de indemnizar sólo porque se enteró mientras paseaba por Ordoño? Caer es verbo con muchos socavones.
A todos se nos cae algo: a los ricos, la Bolsa de Nueva York; a este caballero, los palos del sombrajo; a Bruce Willis, el pelo; a aquella señora, el alma a los pies; al Barça, sus expectativas de victoria; a los Amigos de la Flauta, su subvención; a don Juan, la suya (la subvención, no la flauta); a mí la tensión… Lo importante es levantarse después con dignidad, aunque sea cojeando. Parafraseando la letra de una vieja ranchera: no hay que caer primero, pero hay que saber caer, pues terminas estándole más agradecido a tus traspiés que a tus equilibrios. Si cae la tarde, y caen las lágrimas, incluso nuestros sueños, ¿no vamos a resbalarnos nosotros un poco?
Cuando pedimos que llueva, caen cuatro gotas; cuando necesitamos cuatro gotas, las nubes se rompen la crisma. En la calle y en la vida, lo mejor es caer en gracia, o sea, de pie… aunque no te indemnice el Ayuntamiento.