EN BLANCO
Real León
Lamentablemente, tal como había pronosticado con implacable exactitud esa biblia de lo popular que es el Calendario Zaragozano, la Semana Santa presentó su rostro más triste y ceñudo, estructurado a partir de una sucesión de días de total capucha. No quedó más remedio, pues, que dedicarse al sillón-bol y otros sedentarios deportes de interior. Y puesto que todos tenemos derecho a elegir nuestros propios santos y hasta villanos, he vuelto a las andadas para consagrar ese tiempo de pasión a visionar clásicos como la saga enterita de El Padrino , maravillosa historia de buenos, malos y regulares, o la redifusión de los tres combates míticos entre Márquez y Manny Pacquiao, el diablo tagalo que no pelea sino boxea, cosas muy distintas. También dejé un hueco, cómo no, para mi canal favorito de televisión, el Canal de Historia, que mira por dónde repuso el programa dedicado al León Real que estuvo de aniversario allá por el 2010, efemérides que pasó un tanto desapercibida entre un pueblo, el nuestro, especialista en abulias y máximo desinterés hacia lo propio. Y eso por no hablar de los habituales mercadeos políticos entre unos y otros, aparte de la demoledora crisis que ya enseñaba sus pezuñas.
Una lástima, pues el documental escrito y presentado por Juan Pedro Aparicio repasa con brillantez visual los 500 años de vida del reino cuya reputación, labrada a golpe de triunfos, se asienta en lo más alto de la historia. Y no solo por sus logros militares, pues uno de aquellos monarcas que a decir de los cronistas «no sabían descansar», más concretamente Alfonso IX, impulsó una nueva forma de gobierno reconocida como contribución incomparable a la civilización universal. Me refiero a la Carta Magna leonesa de 1188, cuando en un alarde de sentido común se involucró por primera vez al pueblo llano en las tareas de gobierno. Mayúsculo timbre de gloria para el reino más periférico de Europa.