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GONZALO FLÓREZ GARCÍA CANÓNIGO DE LA COLEGIATA DE SAN ISIDORO
León

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Sigue interrogándonos por qué el cuerpo del arzobispo Isidoro de Sevilla fue trasladado a León 427 años después de su muerte. Entre la fecha de su óbito, 4 de abril del año 636 y la del traslado de su cuerpo a la ciudad de León, 22 de diciembre del año 1063, media una serie de acontecimientos en los que se une el pasado con el futuro de la historia de España. Una de las grandes pasiones del arzobispo de Sevilla, ensalzado tanto por su fecundidad literaria como por su influencia en la vida religiosa y política de su tiempo, fue la idea de la nación española, según se refleja en su «laus Spaniae». Sucesor en la sede metropolitana de Sevilla de su hermano Leandro, forjó la unidad católica del pueblo visigodo proclamada por Recaredo en el tercer concilio de Toledo, Isidoro es la figura más preclara del primer tercio del siglo VII.

Siendo ya de edad avanzada, en el año 633, dirige el cuarto concilio de Toledo, que establece la liturgia visigoda con carácter general para «toda España» y sirve de guía para los siguientes concilios toledanos. Contemporáneo y amigo suyo fue el gran arzobispo de Zaragoza, Braulio, que escribe reiteradamente a San Isidoro pidiéndole copias de sus escritos. La Iglesia visigoda cuenta en este siglo con ilustres y santos prelados, como Eugenio, Ildefonso y Julián, de la sede primada de Toledo, que son testigos de las glorias y quebrantos del Reino visigodo en España.

La ciudad de Sevilla, una vez que se abren las puertas de la península ibérica a la invasión árabe, parece olvidarse de San Isidoro, pero su obra literaria se difunde inmediatamente por España y Europa. En los siglos IX y X, se copian y guardan ejemplares de las Etimologías , los Sinónimos , las Sentencias y otros muchos escritos suyos en monasterios del norte de nuestra península.

Pero es en el siglo XI cuando se producen unos hechos singulares que contribuyen a incorporar la figura de San Isidoro al Reino de León y a su compromiso con la restauración de la unidad en España. Es el momento en que los reinos cristianos del norte se consolidan y el mundo árabe se fracciona en las tierras de nuestra península. El rey de León, Fernando I, alcanzó importante victorias sobre los reyes de taifas sometiendo a tributo a diversas ciudades árabes. El rey sevillano Almotádid salió al encuentro del rey leonés con suntuosos regalos, ofreciéndole un pacto de amistad.

La crónica Silense y otros escritos de la época relatan con detalle lo sucedido dos años antes de la muerte del monarca leonés que, a ruegos de su consorte, la reina Sancha, había mandado edificar un Panteón en el que pudieran reposar los cuerpos de la familia real leonesa, adosado a un templo dedicado a San Juan Bautista. El rey dispuso que se dirigiera a la ciudad de Sevilla una embajada real, formada por algunos nobles y los obispos de León y Astorga, al fin de obtener el cuerpo de Santa Justa, que había sido martirizada en Sevilla juntamente con su hermana Rufina en el siglo III.

El cuerpo de Santa Justa no se encontró pero el obispo de León, Alvito, se resistía a volver a León sin cumplir su misión. Estando varios días en oración, vio en sueños al arzobispo Isidoro que le expresó su deseo de que trasladasen su cuerpo a la ciudad leonesa, dándole señales sobre el lugar en que se encontraba. El obispo Alvito comunicó a sus acompañantes esta visión y juntos pudieron encontrar el sepulcro de San Isidoro.

Entonces, no sólo ellos sino también el rey moro reconocieron la grandeza de la providencia divina que por tales caminos misteriosos había dado a conocer al «santísimo Isidoro, el que ilustró a toda España con su palabra y con su obra», según reza la citada crónica.

El santo había advertido en sueños al obispo Alvito que moriría en Sevilla, como así sucedió y su cuerpo fue trasladado a León juntamente con el de San Isidoro. La excelsa comitiva suscitó la emoción y el fervor del pueblo cristiano a su llegada a la ciudad de León, siendo depositado el cuerpo del obispo Alvito en la antigua Catedral de León y el de San Isidoro en la Iglesia que desde entonces lleva su nombre.