Diario de León
León

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Es complicado hablar del sistema educativo sin caer en frases fáciles, sin hacer demagogia y sin herir susceptibilidades. Sin embargo, lo que parece obvio es que el nuestro tiene que cambiar y las declaraciones simplistas de Ángela Marqués — «el PP va a impedir el acceso a la universidad de los hijos de los obreros»— sólo demuestran la necesidad imperiosa de rehabilitar los estudios superiores. Este no es momento de agitar el conflicto de clase porque, aunque a muchos les siga yendo la marcha, lo único claro en toda esta historia es que los últimos cuarenta años sólo han valido para desprestigiar la educación pública, la de todos. Las corrientes pedagógicas basadas en el igualitarismo han llevado a un sistema en el que se ha privilegiado una igualdad de resultado en lugar de una igualdad real, la de partida, la de las oportunidades. Con ello, lo único que se ha conseguido es la burricie generalizada. No hay mérito, ni excelencia, ni esfuerzo y, por lo tanto, no hay diferencias. Democracia total, piensan los que siguen argumentos elementales. Sin embargo, para quienes creemos en la educación como factor de progreso social, esa democracia debe sustentarse siempre en una férrea formación intelectual y, por lo tanto, en la diferenciación.

La teoría según la cual todos tienen que llegar a la universidad lleva a convertirla en un establo, que es donde estamos. Somos uno de los países con mayor porcentaje de universitarios y, sin embargo, ninguna de estas altas escuelas lo es en realidad. Tan sólo un centro superior, Iese, figura en la lista de los mejores del mundo. En resumen, tratando de unificar a los estudiantes, hemos desembocado en un sistema en el que exclusivamente los hijos de los ricos (aquí sí, Ángela) pueden pagarse la meritocracia de la que el Estado ha abdicado. El profesor se ha convertido en un simple ordenanza, sin poder para ejercer el magisterio y sin derecho a evaluar y corregir. Los alumnos, haciendo objeción de sus deberes, han perdido su derecho a una educación de calidad y el resultado ha sido una escuela pública que sólo adiestra mano de obra barata y sin cualificar frente a los colegios privados que, esos sí, están a la vanguardia. Educación para las élites que pueden pagarla, brecha social que cada vez se hace más gigantesca y que condena a la proletarización a los hijos de las clases medias. Eso sí, todo se ha hecho en nombre del progreso, la igualdad y la solidaridad.

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