Diario de León
León

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No hay nadie a este lado de la cordillera que no haya probado el gato estofado mientras creía que se daba un homenaje con unas patatas con liebre; no lo hay. Ni queda un alma que no sepa que no hay buey para tanto solomillo, ni alma para tanto sueño. Ya tenemos agotadas todas las entradas y no sabemos qué veremos de función. Los políticos se agarran al cuento de acercarse a la sociedad perdida, como si no tuvieran nada que ver en que la calle ya no fuera más que de los jubilados que buscan desesperados zanjas y obras en las que entretenerse y echar la mañana al sol.

Se mire por donde se mire no llegan señales que inviten al optimismo, a un cambio radical en estas perspectivas de declive que se suceden en cada parámetro social o económico que se analice. León ya no es buen sitio ni para recaudar, tal y como se advierte en la caída de tributos derivada de la pérdida de empleo, consumo y producción que devora a esta tierra de forma continua antes incluso de que las Cortes estuvieran en Fuensaldaña o el tren de la Feve corriera cargado de familia al norte, exagerado ahora que la crisis se desparrama entre el crepúsculo y el amanecer de los días.

Frente a estas señales de alarma que llevan a pensar que a la vuelta de unos año dejaremos de ser hasta rentables para los políticos, por falta de materia prima para las urnas, que es la esencia que mueve a los hombres patrios, asistimos inertes al proceso de renovación de poder en los partidos con más representación, los mayoritarios, que no dejan de ser un poder paralelo al que nos gobierna. Hay guerras abiertas por el control de unas siglas provinciales, sin tener en cuenta que la globalización llega por el cielo, como la lluvia, y que el sistema terminará vomitando sobre la atomización política que ha permitido desde que alguien permitió malcriar al sistema autonómico. Seguirán los políticos, se cambiarán las sillas como niños los cromos en el recreo, no cambiarán las perspectivas: León seguirá siendo una tierra con la gente en la diáspora y el gobierno en Valladolid; los jóvenes en paro y los abuelos deambulando por las calles a falta de obras que ver, que pasó a mejor vida la época de las grúas y las excavadoras. Y los políticos, que quieren mandar partidos a falta de gente a la que gobernar, seguirán insistiendo con que es preciso volver a tomar el contacto con la calle. Cuando en la calle ya no queda nadie.

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