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camino gallego
León

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Ahora se acuerdan. Los sindicatos, o mejor dicho, los sindicalistas de Caja España quieren que la ciudadanía diga «alguna cosa» al respecto de la rebaja salarial y los recortes que se esperan desde Unicaja.

Cuando ven la espada de Damocles sobre su privilegiada cabeza es cuando se acuerdan de «la ciudadanía», pues en definitiva ese pueblo ahorrador es el dueño de una caja que ya no existe.

Si Emilio Hurtado pudiera ver en lo que se ha convertido un Monte de Piedad serio, solvente, con pocos beneficios, pero con beneficios, que no esquilmaba a nadie pero tampoco regalaba por regalar, del que todos los leoneses nos sentíamos partícipes y aportábamos nuestro granito de arena... Si pudiera ver en lo que se ha convertido no dejaría títere con cabeza.

Primero entraron los políticos, se repartieron los puestos en el consejo y todos contentos. Luego empezaron los contratos blindados, las prejubilaciones de oro y otros desaguisados, saliendo los millones como el agua por una ceranda al tiempo que la burbuja inmobiliaria les dejaba con centenares de particulares y empresas hipotecadas y que no pueden hacer frente a los pagos. Con los números rojos hay que hacer fusiones y como cada uno va a lo suyo, ya que no tendrán poder en la nueva entidad, por lo menos no quedan con las manos vacías y se las llevan llenas. Cuando se hace la fusión y los nuevos dueños ven en lo que ha quedado el balance que les habían presentado dicen que hay que hacer recortes bastante drásticos y ahora, los sindicatos, que siempre habían negociado no aceptan la imposición, porque repartir miseria no gusta a nadie.

Ahora es cuando se acuerdan de la ciudadanía y creen que debíamos decir algo al respecto. Lo siento, yo ya lo escribí el 28 de noviembre pasado. Decía que «una Caja de Ahorro no debe —aunque pueda y de hecho lo haya realizado— derrochar el dinero en forrar el riñón de sus dirigentes. Huele mal. Y el impositor (...) no entiende que a él se le sangre (...) para que los directivos se blinden los contratos, se hagan planes de pensiones que ni en Manhattan y se prejubilen con menos de 60 años y unos servicios prestados antes de la excedencia».

Cuando todo eso pasaba no escuché a los sindicatos decir esta boca es mía y la ciudadanía asistió impasible a la sangría de millones. Ahora es tarde para hablar y habrá que decir a los sindicalistas lo que su madre le dijo a Boabdil: «Llora como una mujer por lo que no supiste defender como un hombre».