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Publicado por
Manuel Arias Blanco | profesor jubilado de Secundaria
León

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Si tuviéramos que entrevistar a cualquier escritor seguramente nos diría que entre sus libros preferidos está el diccionario. El diccionario de cualquier tipo, aunque se lleve la palma, como es obvio, el de la Real Academia de la Lengua. ¿Por qué? Bien sencillo: porque nos pone en contacto con la realidad de las palabras, porque nos permite navegar por senderos estrechos y precisos que nos llevan al significado de las cosas. A todos nos ha dado la ventolera de confeccionar un diccionario: del vino, de la sidra, de León, de aperos de labranza, de argot juvenil, etc. La tentación está ahí y quien más quien menos se ha metido a cocinar algún plato de estos.

 

Por eso no podemos olvidar en la enseñanza, sobre todo en los primeros años, el uso del diccionario. Es el momento propicio para aprender a utilizarlo y a amarlo al mismo tiempo. Es un tesoro. Y todos podemos ser coautores de ese corpus de palabras que nos asombran a cada paso. A veces, en el pueblo oímos palabras desconocidas y bellísimas; a veces, en el diálogo con los mayores salen vocablos altamente valiosos que no figuran en ningún diccionario; a veces, la invención está en la punta de la lengua ante algún acontecimiento nuevo; a veces, no nos salen las palabras o no encontramos las palabras que expresen todos esos sentimientos que nos embargan…

 

Rosa Chacel, en su Barrio de Maravillas , divaga acerca de la palabra carreño, cuyo significado desconocen y llega a decirse: «¿Y si no está en el diccionario?... Las malas palabras no vienen». Y si no viniera en el diccionario se lo preguntaría a su padre. Como si, aparte de ese libro impreso, nos quedara la voz de los mayores, personas en las que se ha depositado hasta hace poco un bagaje cultural enorme. Gracias a ellos se han publicado diccionarios y libros de diversa índole.

 

En el diccionario no viene carreño, pero sí carreña «sarmiento con muchos racimos», propia de León. El contexto nos aclara ciertamente que se trata de un apellido, de cómo la chica tiraba a los suyos, a una parte de los suyos realmente. Pero la duda está planteada, ya que el diccionario nos puede sacar de mil apuros. Y es muy frecuente tener en las oficinas algún diccionario para consultas puntuales o para dudas. No muy distante, a los leoneses, se nos viene a la memoria la palabra carriego, «cesto grande de vendimia». Palabra que, por desgracia y gracias al avance técnico, quizá vaya perdiendo frecuencia y solo el día de los carros engalanados hacen acto de presencia como una evocación de un pasado cercano.

 

Claro que hoy día Internet nos facilita la tarea, pero no deja de ser una misma cosa con un soporte diferente. Hay que estar al loro con los tiempos, pero conviene que no nos durmamos, no sea que poco a poco vayamos empobreciendo el lenguaje a base de olvidos de palabras que un día fueron muy comunicativas.

 

Aunque Internet nos pone en contacto con los diccionarios, soy más partidario del libro, del manual. Es más cómodo y cercano el contacto con el papel y más grato. No cansa tanto, ni hace daño y nos acerca a la niñez, que no deja de ser una nostalgia positiva. Por eso abogo por el formato en forma de libro por encima de la innovación tecnológica.