CUARTO CRECIENTE
Tibiezas
Esto no lo escribo yo. Lo escribió Juan Rulfo en un cuento sobre un gobernador que visitaba una población afectada por una catástrofe. En medio de un llano en llamas.
«Conciudadanos. Rememorando mi trayectoria, vivificando el único proceder de mis promesas. Ante esta tierra que visité como anónimo compañero de un candidato a la Presidencia, colaborador omnímodo de un hombre representativo cuya honradez no ha estado nunca desligada del contexto de sus manifestaciones políticas y que sí, en cambio, es firme glosa de principios democráticos en el supremo vínculo de unión con el pueblo, aunando a la austeridad de la que ha dado muestras la síntesis evidente de idealismo revolucionario nunca hasta ahora pleno de realizaciones y de certidumbres».
Cada vez que leo ese párrafo, le pongo cara a ese gobernador y me sale algún rostro del Bierzo o de León, o de media España, gente que maneja dinero público, que es dinero de todos, no lo olvidemos, y que le entregamos al Estado para que lo redistribuya. Y me pregunto si su honradez, la de todos ellos, habrá estado alguna vez desligada del contexto de sus manifestaciones políticas, o si habrán recibido comisiones bajo cuerda de contratistas interesados en adjudicarse alguna obra, si tendrán una caja negra con ingresos dudosos y ahora tienen que vencer la tentación de hacerlo aflorar con la anmistía fiscal de Rajoy.
También me pregunto si alguna vez habrán acompañado esos gobernadores de los que les hablo a algún candidato a la Presidencia y habrán dicho algo parecido a lo que Rulfo ponía en boca de su personaje. «Fui parco en promesas como candidato, optando por prometer lo que únicamente podía cumplir y que al cristalizar, tradujérase en beneficio colectivo y no en subjuntivo, ni participio de una familia genérica de ciudadanos».
El cuento de Rulfo termina con un banquete, y un borracho, y una pelea, y una balacera muy grande. El final del nuestro, no se engañe, lo escribe usted cada vez que vota por esos gobernadores de verbo engorroso y mano muy larga, y luego mira a otra parte, aburrido por su oratoria, resignado porque están en todas partes.