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Publicado por
MIGUEL Á. VARELA
León

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«El incremento de los precios en casi un cien por cien, frente a un incremento de los salarios en menos de un veinte por cien significó el empeoramiento del nivel de vida. Las divisiones sociales se hicieron más profundas. Si es cierto que las dos Españas nacieron durante esos días, no se trataba de una conservadora y de otra liberal, sino de la España de las clases altas y de las clases bajas».

«Las prioridades presupuestarias eran el centro del problema. El gobierno, antes que reorganizar la estructura impositiva y solucionar el problema de los privilegios fiscales, prefería solucionar los problemas a través de empréstitos mediante emisiones sucesivas de títulos del estado, creando una especie de monstruo que no podía controlar. Las emisiones masivas de vales reales cotizaban al 25 por 100 en 1799, en 1803 al 47 por cien, y en 1808 al 63 por cien».

«Se lanzaron nuevas emisiones de vales y se elevaron los impuestos, pero con todas esas medidas los ingresos no eran suficientes para hacer frente a los gastos. Al principio, el pueblo español acusaba de todo a Godoy, pero pronto descubrió que las cosas no eran tan simples y que España tenía muchos problemas, algunos propios, otros importados. Los años transcurridos habían sido años de desastre y desilusión, durante los cuales el Antiguo Régimen se internó en un camino de autodestrucción».

Vaya por delante que debo el hallazgo de esta larga cita a Jesús Arbués, teatrero aragonés empeñado en entender las cosas más allá de las consignas. Están entresacadas del volumen dedicado al siglo XVIII de la Historia de España del hispanista John Lynch, que describe con precisión británica la calamitosa situación del país a finales de la centuria ilustrada, como precedente del hundimiento del Antiguo Régimen.

Recuerdo que durante las dramáticas jornadas en torno al atentado de Atocha y en consonancia con ese humor negrísimo tan español, se contaba que las autoridades hacían una petición de necesidades urgentes: donación de sangre, personal sanitario, mantas... En la misma nota se pedía por favor que no aparecieran por el lugar de los hechos más psicólogos.

Más que un chiste, el chascarrillo de Atocha parece un deseo. Que por nuestro campo de batalla no aparezcan, por favor, más economistas cargados de retórica incomprensible que sólo esconde impotencia. Frente a ello, las palabras de John Lynch sobre la España del XVIII parecen estar describiendo la actualidad del país. Lo que necesitamos, por tanto, son buenos historiadores, conocedores de un pasado repetido en bucle con pequeñas variaciones. Y así sabremos a qué atenernos, como aquel filósofo argentino al que definía con maldad Borges como presocrático: «tiene todo el pasado por delante».