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León

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No es argumentación de Keynes, sino de Agustín Rajoy, el concejal de Hacienda: «Si hablas de una parte y lo comparas con el todo es como si hablas de un pera y la comparas con una manzana». He de confesar que no estoy muy seguro de haberle entendido, tendré que preguntar a mi frutero. La parte, el todo, peras, manzanas… con lo fácil que es gritar: «¡Socorro, no tenemos un duro!». Por ejemplo, a mí de Eva Mendes me gusta la parte y el todo; en cambio, de Cristiano Ronaldo hay cosas que sí y otras que no. Normal, pero las comparaciones son siempre odiosas. A su vez, Eduardo Fernández ha reconocido que «quizá no se está explicando bien la necesidad de aplicar recortes». Lo difícil es hacerlo y que además te aplaudan. Las buenas noticias no necesitan notas a pie de página; en cambio, las malas exigen toda clase de explicaciones. Con la crisis, para el político la opción ha quedado reducida a tengo una noticia mala y otra aún peor; eso, o la mentira piadosa. Un hombre cae desde lo más alto de un rascacielos, una vez abajo le pregunta al doctor que le toma el pulso: «¿dígame la verdad, cómo estoy?». Y éste le contesta: «miércoles». Qué iba a decirle, hay verdades que rematan.

Pero la gravedad de esta crisis no es un chiste, ni admite maquillajes. El ciudadano quiere saber la verdad del diagnóstico. Según Arvizu, en una tribuna de este periódico, la clave del asunto está en quién le pone el cascabel al gato. O a los gatos, don Fernando, porque con los doce del caballo de Joselito no habría suficientes. Hacen faltan muchos más. Y ponerlos de día, con luz y taquígrafos. Toda una sinfónica.

Lo que Rajoy quiso decirnos, con su metafísica gastronómica, es que al olmo no se le puede pedir —ni siquiera por favor— aquello que no está en su esencia dar. Por cierto, Deseo bajo los olmos es el título de una obra de O’neill que en el cine interpretó Sophia Loren, y también a la generación de mi padre de esta susodicha les gustaba la parte y el todo; lo entiendo sin necesidad de mayores explicaciones, pues se trata del dos y dos son cuatro, cálculo que nunca falla. Salvo en el Ayuntamiento, cuando se creyó que el olmo municipal daría siempre manzanas y peras, y además en almíbar. Una macedonia imposible.