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Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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Los descendientes de los Ordoños, los Bermudos y los Guzmanes —es decir, los leoneses—, debemos sentirnos orgullosos debido a la batería de rincones mágicos que exhibe nuestra ciudad a modo de timbre de orgullo. La barriada de Santa Marina, por ejemplo, ha mantenido un protagonismo estrella desde tiempos muy pasados, cuando esta zona habitada por nobles y caballeros se consideraba un lugar de privilegio dentro de aquel León provinciano, burgués y muy católico. El currículo sentimental de la vetusta Santa Marina está pespunteado por trozos de historia cargados de significado, como el de ese Corral de San Guisán bendecido con la sangre de los patriotas que se enfrentaron a las tropas napoleónicas con motivo de la Guerra de la Independencia. O el macizo castillo que enseñoreaba antaño las vidas y haciendas de las gentes afincadas en nuestro solar.

Un mosaico de elementos, paisajes y formas leoneses cantado por nuestro periódico, allá por el año 1907, con motivo de las divertidas fiestas del barrio: «fama sentada tiene/ Santa Marina la Real, / de ser entre las legionenses/ la parroquia más gitana/ por lo rumbosa y alegre». Lo que son las cosas, esta zona hidalga por tradición y genética se ha visto invadida en los últimos tiempos por un grupito de negocios y nacionalidades de crecientes tintes cosmopolitas, experimento social que parece emular al londinense barrio de Chelsea y marca tendencias, por así decirlo. Una agradable y esperanzadora noticia, muy necesaria cuando a diario nos deleitamos con todo un manual de percances personales y catástrofes económicas. El zoo humano asentado en la zona lo mismo te ofrece un helado de procedencia extracomunitaria que un contundente capuccino de pura estirpe italiana o pan artesani del mismísimo länder alemán. Todo un cóctel de historias, destinos y propuestas que se enlazan y se entrecruzan, ennobleciendo la eterna Santa Marina la Real.