TRIBUNA
Trabajo y tragedia
Es una perversidad aprovechar la crisis económica y el desempleo como arma arrojadiza para despertar odios y venganzas partidistas, generados por quienes de manera contumaz y suicida, desoyendo los consejos de profesionales de la administración y la economía, cambiaron el deber de los acuerdos y los pactos por negativas irresponsables, sabedores de la impunidad que les otorga ese «bodrio» de doctrina que llamamos democracia. Nunca arregla nada y todo lo estropea. Por eso con tanta frecuencia los miserables invocan su inane contenido.
Es inconcebible presenciar actos y oír arengas de aquellos que por sus cargos institucionales y políticos deberían de forma rigurosa y prudente, impartir consejos de buena voluntad y en cambio se dedican a activar el desorden callejero erigiéndose en «demiurgos» agitadores de sus incondicionales correligionarios. Las manifestaciones, concentraciones y sentadas demuestran el grado de cultura «parda» que les mueve al desorden como panacea de sus insensatas reivindicaciones. Respetamos los movimientos sindicales que sean justos en sus reclamaciones y a los dirigentes que conscientes de situaciones difíciles e irregulares se sumen a los acuerdos necesarios para el arreglo de evidentes circunstancias excepcionales como las que desgraciadamente estamos viviendo.
Si echamos mano del diccionario de la lengua buscando la diferencia entre las opciones que dan título al escrito, tenemos: trabajo, posesión de un empleo considerado un privilegio para quienes lo alcanzan, concepto entroncado directamente con el Estado del Bienestar. Tragedia, falta de ocupación que se caracteriza como un lapsus de inestabilidad, cruel enigma del destine humano, poniendo a prueba la pugna entre la necesidad y la paciencia, dilema que genera un desorden anímico trascendental. De ahí la trágica situación de millones de familias que considerarían como la mejor lotería y fortuna el acceso a un modesto puesto de trabajo.
Dibujando el panorama que mi modesta preparación me permite, tasando el grado de responsabilidad que colectiva o individualmente corresponde a cada parte en este inconcebible, incoherente e irracional conflicto, deseo mostrar, evidenciar y subrayar al mundo sindical ya citado en este escrito, que quienes proporcionan el trabajo al colectivo laboral son los empresarios. No sería justo que tales asociaciones traten de administrar los recursos que expone el colectivo empresarial en su conjunto. Ante tales perspectivas, considerándose a ultranza los máximos defensores de los trabajadores, deberían crear sus propias empresas y que además de vigilantes de los derechos laborales, se convirtieran en «mecenas» de todas sus necesidades. Como es evidente que a esa suerte no van a llegar, deberían moderar sus argumentos y argucias evitando movimientos inoportunos y dedicarse a aconsejar a sus asociados que solamente con el esfuerzo y el espíritu de colaboración se puede alcanzar el éxito deseado.
Por lo que al colectivo empresarial se refiere, al margen del sello de libertad que les asiste, pedirles un esfuerzo tanto económico como humano sin reticencias, y ahondar en el aspecto moral a fin de establecer unas coordenadas que faciliten un arreglo lo más positivo posible para evitar el desbarajuste social que preconizan sin reservas sus desconsiderados «antagonistas».
En estas circunstancias es de suponer que los beneficios no serán elevados ni siquiera normales; pero dentro de sus posibilidades traten de desviar lo más posible para reforzar a la parte mas débil, como sería evitar el lacerante trauma del despido y llegar con valentía al esperanzador acicate del empleo. Es verdad que resulta descorazonador para los empresarios honestos y generosos, que son la inmensa mayoría, aguantar las descalificaciones de los voceros antisistema, dedicados a romper la convivencia, aleccionados, inducidos y apoyados sin ningún miramiento ni recato por miserables políticos que buscan en los cargos la ambición personal y la codicia. Espero no se entienda esto como un juego de «pelotas», sino que se trata de resaltar y destacar la prestancia y excelencia que aporta el colectivo inversor.
De la oposición solamente podemos reseñar el triste papel que representa en el teatro de sus deslealtades. No pedimos fidelidad al Gobierno ni a las personas que lo componen; pero sí tenemos derecho a deplorar la ignominiosa actitud de olvidarse del lamentable estado en que han dejado a este país con su funesta y calamitosa administración, vapuleada por la ignorancia e ineptitud de todos los que han participado en el desastre. No obstante esperamos que de esa gran formación que es el Partido Socialista surjan cabezas que ayuden a recuperar la importancia y el buen nombre de esta querida patria nuestra.
Al Gobierno pedirle un empeño ilimitado en gobernar sin salirse del cuadro de prioridades que demanda la sociedad. No deben dedicarse a refriegas ni a provocaciones barriobajeras; pero jamás renunciar al Estado de Derecho que están obligados a defender y que debe estar patente en todo momento y circunstancia. Arreglar los desperfectos es tarea difícil, pero hay que acometerla.
Ya que están mostrando tanta diligencia en concienciar y exigir a los ciudadanos que tomen parte en los arreglos y ajustes pertinentes con recortes en beneficios y subida de impuestos para alcanzar las demandas de Bruselas, deberían ser ellos —los ejecutores y actores de la política en toda su extensión, desde el mas humilde edil del ayuntamiento mas modesto hasta el presidente del Gobierno, pasando por los congresistas, senadores y titulares de las instituciones— quienes cargaran también y me atrevería a decir que en primer término, para que no se pusiera en cuestión su efectiva buena fe y el mas elemental sentido de equidad, con el peso de los ajustes a cargo de sus remuneraciones personales. No olviden que a quienes cultivan la política nunca se les «hiela la cosecha». Y como colofón, erradicar todo tipo de subvenciones a asociaciones, fundaciones, partidos, sindicatos, empresarios y a esas instituciones de «puño abierto y mano extendida» que son el Consejo de Estado y similares. Solamente deben permanecer las ONGs de acreditado perfil humanitario. Es imprescindible erradicar el alto grado de depravación de esas injustas y en gran medida sectarias ayudas.