Diario de León

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Visto que el Gobierno de España ha intervenido para que la Reina doña Sofía cancele su anunciado viaje a la ciudad de Londres para asistir a los actos que conmemoran el sexagésimo año del reinado de Isabel II cabe preguntarse si ha sido una decisión acertada. Sabido que la diplomacia, a veces es arte y otras torpeza, en esta ocasión y en términos de acierto no es fácil dilucidar la cuestión. ¿Por qué?

Pues porque aunque el Gobierno justifica la decisión como respuesta a las provocaciones de las autoridades británicas en Gibraltar —visita de personajes de la familia real inglesa, trabas al faenado de los pescadores españoles en las aguas del Peñón que son de soberanía española—, lo cierto es que hace apenas una semana el ministro de Asuntos Exteriores, Manuel García-Margallo, dijo durante una comparecencia en el Senado que el viaje de la Reina era un asunto «absolutamente privado». De ahí si no la sorpresa —por el cambio de enfoque—, sí, el desconcierto.

Hablo de desconcierto porque si lo que pretendía el Gobierno de España era protestar por los renovados desafíos realizados por las autoridades coloniales gibraltareñas tenía y tiene en sus manos medidas mucho más contundentes.

Por ejemplo, anunciar que, de seguir las provocaciones, está dispuesto a bloquear el aeropuerto del Peñón que, como se sabe, fue construido ilegalmente (durante la Segunda Guerra Mundial) sobre el istmo que con arreglo al Tratado de Utrecht es de soberanía española.

Esa sí que sería una medida que haría reflexionar a los gibraltareños haciendo, de paso, descender algunos grados su tradicional arrogancia.

Otra medida —ocioso resulta recordarla— sería que el Ministerio de Hacienda (ministro Montoro) se planteara, en serio, meter mano a las empresas españolas que han convertido el Peñón de Gibraltar en un auténtico paraíso fiscal.

En fin, volviendo al viaje de la Reina, también parece oportuno añadir que de haber asistido a los fastos conmemorativos de las coronación de Isabel II, su presencia en Londres habría cursado con la discreción que caracteriza a doña Sofía; al faltar, no hace falta tener carné de profeta para avizorar que los tablaoides británicos se van a dar un festín repasando los últimos acontecimientos protagonizados por los miembros de la Familia Real española. Ya digo, no siempre la diplomacia es arte.

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