LEÓN EN VERSO
Negro, negro
Se vuelve a poner el sol en las cuencas mineras de León y Tomás Villanueva amenaza con llegar al rescate. El carbón leonés sigue en el trastero de las competencias del ama de llaves de la Junta, que pierde los talones por ir a París para hacer de Valladolid y el Cerrato palentino una parodia de Detroit y se muestra cicatero para ponerse unas botas y pisar barro en los valles leoneses, donde se entierran sueños y generaciones cada vez que se apaga una chimenea de la térmica.
La crisis del carbón saca a flote las vergüenzas que los políticos y embadurna de mierda a los charlatanes que cobran por gestionar un sector que no son capaces de defender. Cuando cae la hulla y la antracita y el Ministerio de Industria aprovecha el mismo traje que le pone a los servicios sociales para vestir a los mineros, los que sofocan una quinta parte del Producto Interior Bruto de la Provincia, el madamás de la política de industria de la Junta de Castilla y León saca brillo a los sillones, se coloca la corbata y anuncia con solemnidad que no tiene problemas para «ir» a León a defender la minería. El verbo le delata. Dice ir, con lo que implica. Ir señala con el dedo índice al superconsejero que en épocas de vacas gordas de la caja de Bruselas y en la edad dorada de los fondos de cohesión atropó subvenciones a cuenta de la diversidad estratégica de la provincia leonesa, que no siempre gastó a este lado de la linde, y ahora no es capaz de lograr que José Manuel Soria, esa réplica de José María Aznar, se le ponga al teléfono mientras cierra minas y reabre paradores.
La próxima cruzada del carbón leonés va a ser la última. La última bocanada —según se aprecia en la campaña de acoso y derribo de la que ha participado hasta el insigne Cañete, ahora hacendado de Medio Ambiente, que embistió como un miura a las térmicas por exagerar el cupo CO2 — de una estirpe de guerreros leoneses que llenaron de épica la historia reciente de la provincia con marchas negras, encierros a trescientos metros, puños en alto y pan para los hijos, lágrimas en los ojos, hileras de cascos blancos, monos azules y aplausos solidarios de los paisanos a pie de arcén. Volverá la batalla, que será definitiva. Cuando el último minero apague la luz se verá para qué sirve el inquilino de una consejería que hasta ahora sólo ha certificado que el futuro de León es negro.
Y sin carbón, más.