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Publicado por
MIGUEL PAZ CABANAS
León

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Hace unos días, saliendo de una bocacalle de Eras de Renueva, me rebasó un BMW tuneado a cien por hora, con dos tubos de escape cuyo bramido se podía sentir en Carrizo de la Ribera. El fenotipo de conductor-majadero (hay varios) se correspondía con el de los típicos jovenzuelos analfabetos con visera y gafas ahumadas, seguramente hijos de algún empresario de la construcción. Mientras doblaba una curva pensé en lo que suele ser común en esos instantes («por qué no pillarán a esos idiotas») cuando, al mirar al fondo, me llevé la alegría del día, o quizá deba decir que de la semana: alzando un brazo con aire patricio, alto y espigado, un policía local ordenaba detenerse a los mamarrachos, que tuvieron que dar la frenada del siglo. A veces, la vida cotidiana manifiesta esos alardes de justicia poética.

A mí me parece muy bien que el Ayuntamiento pretenda imponer un límite de velocidad bajo en el casco urbano, por mucho que los conductores protesten. Es lo que damos de sí los leoneses. Soy consciente de que existen tramos poco peligrosos donde quizá no sea práctico (habrá que confiar en la experiencia y el sentido común de los policías), pero visto el índice de siniestralidad que nos gastamos, no queda otra que aplicar medidas coercitivas contundentes. La cantidad de gilipollas que parecen tener pegado el bulbo raquídeo al pedal del acelerador es asombrosa, sobre todo en las saturadas calles de nuestra ciudad. Yo ya he sido testigo de tres accidentes (uno de ellos mortal) en Eras de Renueva y la Avenida de la Magdalena. Lo abrumador es que sucedieron, encima, sobre pasos de cebra bien delimitados. Me consta que es difícil que esos payasos acaben entre rejas, cuando lo propio es que los enviaran a esas prisiones de estilo sureño de la América profunda donde, con grilletes en los pies, los presos cantan himnos lúgubres mientras siegan o pican enormes pedruscos. Habrá quien piense que exagero, pero más exagerado es chocar frontalmente con un niño que cruza de la mano de su madre un paso de cebra, quitándole, como decía Clint Eastwood en Sin perdón , todo lo que tiene y todo lo que podría llegar a tener. Porque de eso se trata: de conductas irresponsables y homicidas que no merecen el perdón.