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León

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Nada te habría molestado más, ni siquiera tu propia muerte. Si lo hubieras leído, retronarías como solías hacerlo. «¡Se dice Busdongo!, panda de indocumentados»... El lunes recordé muchas cosas, como tu amistad con mi padre, la tutela profesional que me regalaste, tu despacho de Diario 16, las cenas en el Palace y en Lucio, las noches en Bocaccio y en el Estella —¡ qué paciencia tenías con nosotras!—... y el único consejo que recuerdo: «Un periodista no deja que el ruido desinformativo del poder le marque la agenda»... Hace muchos años de aquello. Eras joven y, todavía, creyente. Creías en la literatura y el periodismo y, por eso, mucho después levantaste la revista Leer y te recreaste en Erasmo, demostrando con él que la elocuencia nunca aburre al lector.

Recuerdo la clase de democracia que le diste un día a un político socialista. Acababas de llegar de las primarias americanas. «Eso sí que es libertad de elección», iniciaste la conversación. Y le hablaste de Tocqueville, y de La democracia en América, igual que últimamente hacías recordando a Althusser, Marcusse o a Sartre para destripar los guiñoles de la indignación... Triunfaste, pero tenías el porte del fracasado, como un Marlowe del periodismo: «tengo algo de lobo solitario, no estoy casado, ya no soy un jovencito y carezco de dinero. Me gustan el whisky y las mujeres, el ajedrez y algunas cosas más»... Podríamos modificar las palabras de Chandler y añadir que cuando la vida te alcanzó, «muchos tuvieron la sensación de que les faltaba el suelo».

Has tenido suerte. Morir así, como tú, de repente y (espero) sin saber que era el fin es un don que sólo atesoran los afortunados. Recuerdo tu casa frente al Retiro, detrás de la sede de la RAE, la única institución de la que quisiste formar parte. Ahora que ya no hay vuelta atrás, podrías decir como Groucho, pero ya no eres tan joven como para no saber que se muere día a día. Una de las frases que más te gustaban era la que se atribuía a James Dean: «Vive deprisa, muere joven, ten un bonito cadáver». Me imagino que nunca pensaste que llegarías a los 69 y estoy segura de que seguías sin creer que ya los tenías. Tengo otros pasajes en el recuerdo, pero, como decía Einstein, la memoria sólo es la inteligencia de los tontos.