Diario de León
Publicado por
JAVIER TOMÉ
León

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Para dejar las cosas claras, las habladurías han dado paso a los indicios y confieso, así de entrada, que yo también soy un indignado. Las barrabasadas perpetradas por la clase política, los dichosos mercados y ciertas terminales financieras han provocado un fangal de bajezas que tiene al país contra las cuerdas. La maligna enfermedad del beneficio extremo, cacareada hasta la nausea por cabezas tan bien pensantes como la del ahora defenestrado Rodrigo Rato, ha lanzado a las trincheras del malestar social a toda una generación de jóvenes, hartos de esta tormenta de proporciones bíblicas que amenaza toda sus expectativas de futuro. La capacidad de imaginar es el mayor recurso con que cuenta el ser humano, y a partir de tan ingente activo los indignados exigen cambiar los pilares y las certezas de un mundo que no funciona. Mientras tanto, los políticos siguen traficando con substancias demagógicas y parecen asistir inermes y desunidos al suicidio colectivo del Estado de Bienestar y la desaparición de la castigada clase media.

La mamandurria, ese afán desaprensivo por entrar a uvas en viña ajena, se consolida como un artículo de fe en esta nación de chirigota. Básicamente, solo existen dos clases de hombres: los decentes y los indecentes. Y aquí en España se han multiplicado los pillos con mando en plaza, inspiradores de una suerte de latrocinio consensuado que produce vergüenza ajena. A base de verdades, mentiras y todo lo que está en medio han enconado con desparpajo marinero el eterno combate entre privilegiados y desposeídos. Como botón de muestra de tan censurable pandemia, al tiempo que el recién elegido Gobierno de Francia se reduce el sueldo en un 30%, ciertos concejales de San Andrés del Rabanedo habían colocado a la parentela de forma caprichosa, digámoslo así, cuestión atajada con prontitud por el propio alcalde. Esa es la diferencia entre la grandeur y la pequeñeur.

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