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MANUEL ARIAS BLANCO. PROFESOR JUBILADO DE ENSEÑANZA SECUNDARIA
León

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Se oye a menudo que la enseñanza ha de ser, sobre todo en los primeros años con separación de sexos, es decir, los chicos por un lado y las chicas por otro, aunque solo les separe un mínimo muro. Y eso no tiene mucho sentido porque la sociedad no es así, porque la vida es mixta, porque hemos de convivir todos juntos, sin distinción de nada, a ser posible. Ya bastantes distinciones tenemos para que los humanos creemos algunas más.

Es cierto que los de mi generación estudiamos de esa manera y no podemos deducir que por ello avanzamos más o menos. No me convence el que se diga que los chicos están más dotados para unas materias y las chicas, para otras. Es posible. No lo pongo en duda. Por eso mismo creo que merece la pena hacer el camino conjuntamente, ya que así unos explican a otras algunas materias y otras explican a algunos sus logros. Pero es una teoría indemostrable. Habrá chicos excelentes en ciertas materias y chicas también excelentes en las mismas. Y punto.

Lo que sí parece que se consigue, con la separación de sexos, es un retroceso irreversible en la madurez, en la carrera hacia la plena adolescencia. Esta separación de chicos y chicas mutila los matices de la persona en su grado integral. Si avanzamos solos, podemos caernos con todo el equipo, aparte de que la pérdida de relación será perjudicial para el pleno desarrollo. Y no hay que ser muy listo para entender esta merma. Nos hacemos fuertes cuando tenemos a nuestro alcance toda la riqueza disponible. Y el chico para la chica y la chica para el chico son los canales seguros de reciprocidad ambiental.

No es de recibo que se argumente en contra de esta unión de sexos por el mero hecho de que haya enamoramientos. Cosa natural. En unos casos vendrán bien, se beneficiarán y en otros, en los menos, pueden ser perjudiciales. Pero como todo en la vida. También una compañía, sea del sexo que sea, puede llevarnos por la calle de la amargura. Y si no que se lo digan a muchos padres. Generalmente las compañías que se vigilaban eran del mismo sexo. Luego el mal puede estar a tu lado, independientemente del sexo.

Un peligro que se evita es, quizá, el enamoramiento entre personas del mismo sexo si mantenemos esta mezcla. No es que por el mero hecho de estar con los del mismo sexo se fomente la homosexualidad. En absoluto. Pero sí que se propician climas de amores platónicos que pueden desembocar en confusos amoríos. Si no que lo digan los muchos seminaristas que antaño poblaron España por los cuatro costados. Eran ambientes alejados de las chicas, eran vidas en continua aproximación a los del mismo sexo y afluían los amoríos entre chicos. Supongo que pasaría lo mismo entre las chicas que iban para monjas. Esos reclutamientos separados dieron lugar a muchas escenas de calado imprevisto. Quizá alguno haya caído en las redes del homosexualismo. Quizá. Creo, no obstante, que el ser gay es algo ajeno a estos ambientes, pero siempre quedará la duda de si se hubiera relacionado con chicas tal vez no hubiera llegado a ese destino.

Aquí es donde quiero llegar: si queremos unas personas íntegras, no podemos separar los sexos. Y, además, no estamos seguros de que el aprendizaje sea más alto cuando hacemos la separación, por más que nos argumenten con los datos. No son creíbles. Parece que el sentido común es un aval suficiente para entender que la convivencia de sexos añade más riqueza en todos los aspectos, en lo académico y en lo psicológico. Lo mismo que entendemos que no es aconsejable separar a los alumnos en función de su nivel académico antes de cierta edad, del mismo modo abogamos por una enseñanza mixta. Ya llegará un día en el que las personas se separen o alcancen niveles insólitos por sí mismos. Pero no a costa de un corte antinatural. Hay muy pocos superdotados. Solo esos podrían aspirar a vivir por su cuenta, al margen de los demás. Pero el resto —listos y menos listos— han de caminar de la mano para que se beneficien unos de otros. No los separemos. No es bueno. Solo queden excluidos los que se niegan a seguir las enseñanzas programadas, los que no quieren saber nada de estudio y aprendizaje. Pero a los demás hay que atenderles y, a veces, un alumno puede ayudar más que el propio profesor. Lo mismo pasa con el sexo. Aprende la persona, sea hombre o mujer. Que la separación venga dada por la propia vida y no por un corte artificial y vano.