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León

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En recuerdo al P. Severiano Fernández

El día 20 llegó la noticia luctuosa de la muerte del P. Severiano Fernández Andrés, a consecuencia de un infarto cerebral. Tras unos años reponiéndose de sus achaques quiso volver a realizar singladuras por las Antillas y en Estados Unidos, donde había realizado una buena obra.

Nacido en Campo de Villavidel el 30 de abril de 1940, era hijo de Herminio Fernández y de Benedicta Andrés. Cuando tenía unos dos años, me tocó sacarle del fuego, porque intentaba tomar chorizo del pote, que le cayó encima. Con doce años ingresó en el colegio de Mayorga de Campos. Estudió Humanidades, Latín y Teología y fue ordenado sacerdote el 9 de julio de 1964. Tras hacer un año de Pastoral en el Real Colegio Seminario de Valladolid (1964-1965) pasó al colegio de León (1965-l966). Fue destinado en 1966 a Texas, donde realizó su apostolado en cuatro parroquias distintas.

Obtuvo el grado de Master en artes el 17 de mayo de 1970 y fue durante ocho años el vicario de los Agustinos en Texas. A pesar de ser extrovertido y alegre, el exceso de trabajo le llevó a pedir seis meses sabáticos, que no parecían necesarios. El 3 de septiembre del 2002 tuvo que regresar a España. En el 2003, estaba en León con una depresión, que le hizo pasar por momentos difíciles y serios tratamientos. Se le destinó al Colegio de Nuestra Señora del Buen Consejo, donde salía a dar sus buenos paseos. Colaboraron mucho los agustinos de este colegio junto con su familia para que fuese recuperando la confianza en sí mismo. El mismo párroco de Palanquinos, que regentaba la parroquia de Campo y había pasado por una etapa parecida, procuró invitarle para que dijese la misa algunos domingos y se reencontrase con sus antiguas amistades. Esto le venía bien a él y al pueblo de Campo.

En el mes de marzo se incorporó de nuevo al Vicariato Agustiniano de las Antillas, concretamente a Beamont (Texas, USA) donde falleció, cuando se operaba para poder rendir plenamente. El Señor le salió al encuentro para incorporarle a la vida eterna con una corona de gloria, que se tenía merecida.

P. Fernando Campo. LEÓN

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