Diario de León
León

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A esa hora canalla que hace a León una ciudad de mentiras los domingos por las mañanas, cuando se cruzan por las calles los que cierran los tugurios de farlopa y cubata revenido y los devotos de la misa de doce, el paseante se cruza con la realidad más incómoda de todas las que empapela esta sociedad. Entre el olor que desprende la resaca y la esencia perfumada del mediodía festivo se intercalan las manos. Manos con la palma tendida y las líneas apuradas para la necesidad.

Cada esquina del centro de esta ciudad se atiborra de gentes que han cruzado la imperceptible línea que aleja vivir de sobrevivir, existir de subsistir. Manos de auxilio, como gritos, que ponen cara a personas arrinconadas por la necesidad, desterradas de una estructura de vida convencional a la acera de los que no tienen más que la caridad que le sobra al resto. Ahí se ve el rictus de la crisis, el rasgo facial de los que son por lo que dejaron de tener, el fracaso elevado a la tragedia de haber perdido otra cosa que no sea la entereza de la subsistencia. No crean los pseudopensadores y señores diputados o procuradores en Valladolid que el problema de la situación económica y social está en la prima de riesgo, ni en la caída de la hoja de la especulación, ni que se arregla con los mensajes del presidente de Movistar que se desgañita cantando aquello de que España es un país solvente que tiene una empresa telefónica sin cobertura (por lo menos en León). El apuro este que ha llegado, la emergencia social, eleva al borde de epidemia condiciones extremas que creíamos superadas, como la tosferina o las paperas. En las calles de León no piden vez para extender la mano en busca de limosna, por caridad, tipos asociales, ni gentes atormentadas por un fracaso sentimental, una quiebra del corazón, una locura pasajera que los alejó para siempre del lado de la estabilidad. Las manos tendidas en las calles leonesas llevan la cara de los que firmaron la hipoteca al euríbor más uno, una ganga, los que atropelló el desempleo después de comprar la felicidad una mañana de abril y pagarla en cómodos plazos. A veces es mejor no pensarlo. A veces, un domingo de esos, sería conveniente mirar a los ojos a estas urgencias humanas que se echan a la calle y pedirles perdón en el nombre del político que tomó decisiones que mandaron a su familia a la mierda. En León, siempre hay un político detrás de cada desgracia.

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