CUARTO CRECIENTE
El entierro
No hay neumáticos ardiendo. Ni llueven pelotazos de goma. Se escuchan algunos petardazos, pocos. Y no hace falta que los antidisturbios echen a correr detrás de los mineros en huelga. Basta que aparezca en sus furgonetas para que el piquete levante el corte del tráfico en la Autovía del Noroeste sin mayores aspavientos.
Sucedió ayer en el acceso a la A-6 desde San Román de Bembibre, un punto sensible donde confluyen todas las huelgas del carbón. Durante dos horas y tres cuartos, dos centenares de mineros del Bierzo Alto y de la cuenca de Fabero-Sil, los más concienciados de entre los últimos que quedan en el tajo, se plantaron en el asfalto para hacer lo que hacían sus padres cuando veían que su futuro estaba en el alambre: cortar la carretera.
A los cinco minutos de interrumpir el tráfico, comienza la liturgia de todas las huelgas mineras. «Yo los apoyo a muerte», dice un trabajador del servicio de mantenimiento de la autovía, vestido de amarillo fosforito. Más de un camionero, sin embargo, calla su contrariedad o se queja por lo bajo. Y en la glorieta de la N-VI, paralela a la autovía, el conductor de un turismo se atreve a reprochar a los manifestantes que no le dejen pasar. Al final se calla y da marcha atrás, antes de que le quiten las llaves del coche.
Un sindicalista hace unas declaraciones encendidas en medio del carril cortado. Acusa al Gobierno de dinamitar la Comisión de Seguimiento del Carbón, usa la palabra exterminio para referirse al cierre de las minas, al final de una forma de vida. Y también ironiza sobre el dinero que el Estado quiere inyectar en Bankia, sobre las indemnizaciones que reciben los banqueros, y se le llena la boca de agravios.
El sol pega en la nuca de los que no llevamos gorra. Un minero saca un teléfono móvil y fotografía a un cámara de televisión. «Es para subirla al Facebook», le explica. Y antes de que pasen las dos horas y los tres cuartos y aparezcan los antidisturbios, vestidos de luto riguroso, para disolver la protesta, el coche de una funeraria pide que le abran paso en medio del atasco. «Ese ya no tiene prisa», grita un minero, jocoso. Y es entonces cuando me doy cuenta de que estamos en un entierro.