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Publicado por
LUIS DEL VAL
León

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Uno de cada cinco españoles se encuentra dentro del círculo terrible de los pobres de solemnidad. La organización de la Cruz Roja ya no nos pide dinero para los miserables de Asia o de Africa, sino para los indigentes de España, para esos ciudadanos que se encuentran por debajo del umbral de pobreza, o sea, esos 300.000 españoles que viven en familias donde todos sus miembros se encuentran en el paro, o no tienen hogar, o no saben qué hacer con los niños a su cargo.

Al mismo tiempo que la Cruz Roja nos recuerda a esas tres generaciones que se agrupan en un piso donde no hay recursos, salvo la parva pensión del abuelito, los ricos de solemnidad, los ricos de toda la vida, asustados por el panorama que se dibuja gracias a esa maestría en la vacilación en que se ha convertido la Unión Europea, van trasladando sus capitales a bancos estadounidenses, australianos y canadienses, porque incluso el Deustch Bank les parece de escasas garantías.

Entramos, pues, en el círculo infernal donde, a medida que crece el número de pobres, aumenta la cifra de ricos desconfiados que prefieren sacar el dinero de su país, lo cual produce, de manera indefectible, más pobres, que a su vez provocan mayor pavor en los ricos de toda la vida.

Según aseguran desde Cruz Roja, dos millones de españoles han sido atendidos en los programas de intervención social. Se trata de un eufemismo que habla de dos millones de españoles a los que se les ha dado comida o se les ayudado a pagar el alquiler del piso en el que viven... cada vez más personas.

Acabo de venir de un acto protocolario, de cuyo nombre no quiero acordarme, donde he pasado por una batería de automóviles oficiales de alta gama, que me ha producido cierta molestia estomacal, de repugnancia, de indignación, de náusea y de asco.

Nadie da ejemplo. Nadie asume el liderazgo en estos momentos. Y catedráticos, cargos políticos e institucionales, se enrocan en sus privilegios y nos solicitan la solidaridad de la que ellos carecen, desde el presidente del Consejo General del Poder Judicial, hasta el vicepresidente de una diputación provincial, cuyo óbito no pasaría de ser noticiable más allá del límite de la provincia. ¡Pobres de los pobres, en España!