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Publicado por
felipe fernández de mata
León

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La Comunidad Europea, en sus primeros años, se enfrentó con ánimo decidido a la elaboración de una Política Energética Común. De esta manera comenzó a adoptar medidas tendentes a la consecución de ese objetivo con cierta rapidez. Pondremos a continuación algunos ejemplos:

El 21 de abril de 1964 el Consejo de Ministros de la Comunidad europea aprobó un Protocolo sobre Política Energética Común, en el que fija como uno de los objetivos prioritarios conseguir un aprovisionamiento barato, seguro y estable. En la llamada Primera Orientación para una Política Energética Comunitaria es de 18 de diciembre de 1968 se preconizan actuaciones para conseguir un aprovisionamiento barato y seguro. La Orientación señala que parece indispensable que la Comunidad disponga de instrumentos reguladores de los aprovisionamientos adaptados a las circunstancias, como el establecimiento a nivel comunitario de un programa que debería conseguir la garantía de ese aprovisionamiento. En caso contrario la Comisión podría formular recomendaciones a los Estados miembros y si no fueran seguidas, se propondrían las medidas procedentes.

Desde aquella ya lejana fecha, han transcurrido muchos años, más de 40. Es evidente que a estas alturas, la mencionada Política Energética Común, no existe. La Comunidad Europea ha ido adoptando medidas parciales, poco decididas y los problemas que se han planteado al colectivo, han debido resolverse a través de las soluciones aportadas por los Estados miembros. Es sabido que la UE carece de muchas instituciones comunes que son básicas para su efectividad como lo que pretende ser: una Unión de Estados. Y esas carencias se manifiestan de forma más aguda en los periodos de crisis, en los que una acción única o una sola respuesta sería mucho más eficiente que las dudas, vacilaciones y disidencias que estamos acostumbrados a contemplar.

Un territorio único y una moneda única no son suficientes para resolver todos los problemas diplomáticos, económicos, energéticos o militares que se presentan continuamente. Y existe un doble juego en algunos de los países, que son las cabezas de Europa, como Francia, Reino Unido o Alemania, que tiende por un lado a situarse en las posiciones de liderazgo de las acciones de la Unión, y simultáneamente resuelven esos problemas a través de las acciones de sus diplomáticos, militares, o políticos siempre que les es posible.

Muchos ciudadanos piensan quizás acertadamente, que para eso han elegido a sus gobiernos, para que den respuesta a sus exigencias, mientras contemplan los problemas europeos comunes como algo lejano e inasible.

Centrándonos en la Política Energética común, merece la pena traer a colación que antes de 1970, el entonces Mercado Común había recomendado la creación de un órgano común de compras de energía (petróleo y gas) de los que siempre ha sido deficitaria Europa. Pero también, a lo largo de las crisis, fue arbitrando recomendaciones y medidas varias que al menos en el caso español, han caído todas en saco roto. Conceptos tan elementales como la diversificación de aprovisionamiento, la seguridad en el suministro, reducir la dependencia del exterior, disponer de los stocks suficientes, los almacenamientos subterráneos, etc., conceptos en suma, elementales, pero que han sido ignorados década tras década. Si analizamos el caso español en detalle, nos sorprenderá el drama (éste y no otro es el término que corresponde) de que nuestra dependencia del petróleo, o de las importaciones de energía, está prácticamente en los mismos niveles que en 1968.

Desde la segunda mitad del siglo XX, se han producido varias crisis importantes. La primera fue en 1973, con motivo de la guerra entre Israel y varios países árabes conocida como Yom Kippur. Los precios del petróleo pasaron de cerca de 3 $/bl a 12$/bl en 1974. La siguiente crisis, mucho más importante, fue en 1979 y llegó por la revolución iraní. Los precios del petróleo vuelven a multiplicarse por dos, llegándose a los 40$/bl, y lo que es más grave, España, está atravesando su transición política, con IPCs que excedieron el 15% anual en 1979 y 1980. El país está a punto varias veces de quedarse sin existencias y el Estado multiplica sus esfuerzos para que el sistema de refino funcione.

La siguiente crisis fue en 1990 originada por la Guerra del Golfo, la invasión de Kuwait por Sadam Hussein. En ella, el barril de crudo se sitúa en 42 $/bl. Y en 2008 los precios vuelven a ascender, esta vez hasta 136 $/bl. Entre las causas que motivan el incremento están una huelga en Venezuela, la guerra de Irak, la debilidad del dólar americano y la incorporación como grandes consumidores de los países asiáticos (especialmente China e India).

No es necesario insistir sobre el carácter cíclico de las crisis, que aunque se produzcan por acontecimientos o sucesos diferentes, siempre tienen un hecho en común: su repetitividad las convierte en esperables. Nótese que cada década ha tenido una o dos desde 1970 (1973, 1978, 1990, 2008 y 2011), cinco grandes crisis en total. Corresponde a los estados, en ausencia de una Política Energética Común efectiva, la resolución de los problemas que se vayan presentando. ¿Qué se puede pensar del hecho de que la dependencia española de la energía importada en el 2010 fue un 74% (56% en la Europa de los 25), y que dicho porcentaje en España 1968 estuviera en torno al 50%?

No se trata de abrir o no el debate nuclear, eso es secundario. Se trata de que cada vez que vuelve la crisis, viene el lobo y nos vuelve a dejar sin merienda. Se trata de tener los deberes hechos, los que sean, y que podamos mirar al futuro con más tranquilidad, lejos de debates estériles.

Se trata de reducir la dependencia del exterior (sustituyendo la energía importada por otra nacional, fiable y barata). Se trata de diversificar las fuentes de abastecimiento energético, los orígenes de los suministros, no comprar solo con criterios de economía a corto plazo.

Se trata de empujar en Europa, para que de una vez se avance en la Política Energética Común y nuestra respuesta a las crisis sea una sola voz. Pero como ello parece más una utopía que una posibilidad real, se trata de abrir los ojos a la realidad, y de una vez y pensando en el largo plazo del país, adoptar las medidas o criterios que mas convengan a los intereses nacionales.

Al reflexionar en lo sucedido en estos últimos cuarenta años, no puedo por menos que dirigirme a las eternamente jóvenes y poco agraciadas políticas energéticas española y europea y exclamar: «¡Chicas, qué bien os mantenéis, no habéis cambiado nada en los últimos cuarenta años, os conserváis igual que entonces!».