CUARTO CRECIENTE
Carbón y circo
No soy socialista. No soy popular. No soy comunista. No soy nada, la verdad. Sólo un periodista que está deseando decirle lo que piensa.
Y pienso, señor Rajoy, que el domingo pasado ofreció usted una imagen lamentable. Pienso que podía haber visto el fútbol en su casa, o en La Moncloa, donde nadie pudiera fotografiarle cantando el gol de la selección española en el partido inaugural de la Eurocopa estando la banca intervenida, cinco millones largos de personas en el paro, y los mineros en la calle, y en las carreteras, y en el pozo, y en un despacho de la Diputación de León, porque se quedan sin trabajo.
Alguien debería decirle, señor Rajoy, que el día del rescate de nuestros bancos, un presidente no puede comportarse como un forofo, afirmar que todo está solucionado con una «línea de crédito» y marcharse a Polonia para sentarse en un palco a disfrutar del espectáculo.
Está mal asesorado. Debería haber aceptado el casco que le dejaba en el Senado el oportunista de Iban García del Blanco. Debería haber escuchado lo que le decía, en vez de poner cara de póker. O cara de palo. O cara de estoy demasiado ocupado resolviendo los problemas del sistema financiero, no me venga usted con la monserga de los mineros.
No. No le importan los mineros. Y parece que tampoco los funcionarios. Ni los profesores. Ni los médicos de la Sanidad pública. Ni los periodistas a los que esquivó el otro día en el Senado. Parece que sólo le importen los bancos. Y coger un avión para no perderse la Eurocopa. Menos mal que no saltó de su asiento, señor Rajoy, como hicieron los príncipes cuando Cesc marcó el gol, porque la fotografía hubiera sido perfecta.
Aprenda a dar la cara, por favor, y no nos envíe a De Guindos para sacarle las castañas del fuego como Zapatero hacía con Rubalcaba. Aprenda a contarnos lo que pasa. Y deje de anestesiarnos con el fútbol, y con Roland Garros, y con la telebasura y los programas de cotilleos, mientras una nube de mineros recorren de noche las calles de León. Cada lámpara de sus cascos, señor Rajoy, es una estrella que alumbra más que sus palabras, aunque usted no quiera darse cuenta.
Y ahora que ya sabe lo que pienso, póngame el carné que más le guste.