Diario de León
León

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La solidaridad es al final un acto de egoísmo, legítimo, pero egoísmo al fin y al cabo. Hay un curioso juego matemático, el dilema del prisionero, según el cual de la decisión final que tomen dos detenidos acusados del mismo delito depende la suerte de ambos. La cosa es como sigue: si uno de ellos delata al otro y éste a su vez no lo hace, el primero saldrá libre y el delatado cumplirá una pena de 10 años. En el caso de que ambos se acusen, serán condenados a seis años cada uno. Sin embargo, si los dos callan, la condena será de seis meses para cada uno.

Está claro que la traición no sale rentable, pero para eso hay que tener inteligencia emocional y hay muchos a los que la conjugación del verbo reflexionar no se les da demasiado bien. En estos momentos, en los que la incertidumbre es la única evidencia que parece servir de brújula, parece exótico que haya gente que crea que puede llegar a algo enrocándose en lo estrictamente suyo. Es el dilema del prisionero, pero al revés. Aquí también está en juego una condena, y la supervivencia de todos depende de la elección que cada uno haga en estos momentos. Si se decide cooperar —jugando con el hecho de que no tenemos toda la información— y optar por un comportamiento moral, habrá más posibilidades de que las rejas se abran para todos. Y este imperativo categórico vale también para los que se creen seguros y a salvo. La empatía es hoy, simple y llanamente, puro instinto de supervivencia, y por eso chirrían tanto ciertos comportamientos que sólo giran en torno al ‘¿qué hay de los mío?’.

Ken Loach envió ayer una carta de apoyo a los mineros en la que advierte de la «depravación social y el decaimiento», así como del «paro masivo» que nos espera en el caso de que el sector minero desaparezca. No habla en balde. Lo sé porque hace veinte años viví en Yorkshire, una de las zonas más deprimidas por la reconversión minera de Margaret Thacher. Depravación social y decaimiento... el círculo vicioso en el que se desarrollan la mayoría de las películas del cineasta británico nos dejan ver una clase social que, de momento, es desconocida en la provincia. Población blanca, sin recursos, sin educación y sin posibilidades de acceder a ella, racista, sin salida, y en movilidad social descendente. Hay dos palabras para definirla en inglés: white trash y honky. Deberíamos ir a costumbrándonos a estas palabras, porque puede que algunos terminemos engullidos por ellas.

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