Diario de León
León

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En esta ciudad los objetos han empezado a despedirse solos. Arrecian los carteles en las lunas de los vehículos con ganchos sacados de la mente de los publicistas de Mediamarkt. Reclamos concisos y juguetones, como «¿Te gusto?» o «¿A que estoy bien?», seguidos de un teléfono en el que se entiende que contestará una máquina para mayor desapego de las personas. Ciudadanos que se alejan de la propiedad, en un proceso de distanciamiento que va paralelo al de los derechos laborales conquistados durante décadas, mientras sus bienes cogen la maleta y dejan encima de la mesita de la entrada un sobre con unos cuantos billetes. Para tirar unas semanas. Para ver si en unos meses la situación cambia. Para rezar por que escampe la tiranía lingüística que ha terminado por convertir al término ERE en un verbo que sólo admite la conjugación en pretérito imperfecto.

Todos éramos más antes, menos los que ya eran mucho, que ahora «nadan en la ambulancia», como el capo narcotraficante de Airbag . Un mercado que parece tener acomodo, como se ha visto esta semana con la detención en León del narco gallego Monchi. El lugarteniente del hijastro de Laureano Oubiña, que estaba «de paso», según la Guardia Civil, como si se tratara de una localización de exteriores para una película.

Pero, en ausencia de que el Bernesga tome el rumbo de la ría de Arousa, por si acaso los mineros no eran suficiente —qué intensa, ahora que no llegan las palabras ni las razones, su procesión de luces de los cascos encendidas en medio del anochecer de León—, por si Vitro Cristalglass no termina de llevarse el material más valioso en un descuido de las patrullas de obreros, por si LM no pilla viento fresco, por si DC Waffers se echa atrás, ahora vuelve a la actualidad Antibióticos con el anuncio de un ERE. La recurrente cantinela del cierre amortiguado con subvenciones que, sin excepción, siempre terminan por servir para esquilmar los activos valiosos y trasladarlos fuera, mientras se deja en León un horizonte falso de deuda, sin inversión alguna y con las instalaciones cada vez más abandonadas a su suerte para que en el sepelio se pueda argumentar que el difunto murió por inanición.

Menos mal que PSOE y PP ya han acabado sus congresos provinciales de reparto de poder y mediocridades. Quizá, ahora, tengan tiempo de ocuparse de las personas.

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