TRIBUNA
El leonesismo de Francisco Roa de la Vega
La vida de Francisco Roa de la Vega (Lerma 1883, León 1958) es poco conocida en León y la versión que se da está absolutamente tergiversada y distorsionada. Efectivamente, era un político conservador; fue alcalde de León durante la dictadura de Primo de Rivera y Diputado en las elecciones de 1934 por la coalición de la Ceda (de la que se separó) y en las del 36 por el Bloque Nacional en la misma coalición. Poco más se conoce. Son pocos los que recuerdan su enfrentamiento durante el franquismo con el gobernador Pinilla o que fue uno de los primeros en hablar del leonesismo. Esta última faceta localista, el leonesismo, viene al caso su evocación en estos momentos de crisis, ya que contiene una interpretación interesante de lo que debiera ser vida pública, hoy tan zaherida con razón.
Posiblemente junto a Mariano Domínguez Berrueta y Lamparilla fueran las tres personas que mejor plasmaron el concepto de leonesismo en su aspecto moral, que no en el patriótico nostálgico el cual surgió como un juego literario en el tardo franquismo; más adelante, con la llegada de las autonomías, tomó esta idea derroteros políticos donde se ampararon oportunistas, demagogos y salva-patrias entre otras gentes de buena voluntad, que indiscutiblemente hay en todas partes.
La postura, la de Roa, Berrueta y Lamparilla, está más cercana al concepto del ser humano a partir del cual la sociedad podría evolucionar hacia un mundo mejor y más justo y se aleja rotundamente del planteamiento de la reivindicación permanente en el que se ha enquistado la vida pública leonesa.
Si se analiza su artículo sobre el leonesismo (Diario de León, 21 de febrero de 1956) con detenimiento, se observa las líneas de conducta que Roa atribuye a los hombres y las mujeres de León, defendiendo de manera directa, el modo de asumir su comportamiento y su responsabilidad ante la vida. Precisamente en este matiz se encuentra la base de su leonesismo.
Se trata, pues, de unas consideraciones generales que cualquier individuo ha de llevar a cabo al comportarse en sociedad. Se refiere a un código moral que él mismo, a lo largo de su vida, intentó cumplir, aunque auspiciado desde su ideología católica conservadora.
Al proyectarlo sobre una manera de vivir de un grupo de personas de una determinada área geográfica, los habitantes de la provincia de León, justifica su ideal de la conducta humana. En el fondo refleja el tipo de ser humano que, de forma escueta, describe Miguel Cordero en la semblanza que publicó sobre Félix Gordón Ordás, al referirse a los padres de éste: gente «bastante frecuente en las tierras de León, sencillos, laboriosos y honrados».
Roa parte en su disquisición de lo que no se debe hacer. Rechaza en primer lugar el aferrarse a lo tópico, dando a entender que los asuntos han de ser tratados en profundidad y hay que huir de las trivialidades y vulgaridades repetitivas que carecen de originalidad y confunden el sentido de la realidad.
Describe, a continuación, su concepto vital del comportamiento humano, sorprendiendo al lector por su clara concepción de la Historia. Todo individuo al actuar, aunque él lo concreta al leonesismo, no ha de «perder de vista que la Historia moderna la estamos escribiendo nosotros, con obligada proyección al futuro, en el que nos aguarda el enjuiciamiento de nuestros sucesores». Con esta consideración «marxiana» reitera la aceptación de la evolución de las ideas y puntualiza que son los humanos los artífices de su destino sin ninguna fuerza que les impele desde fuera del universo. No le preocupa, parece ser, el juicio de Dios, sino el de la Historia.
Según su modo de pensar, conservador católico insisto, el lector entenderá que le hubiese sido más fácil añadir alguna advocación divina; en cambio, afirma contundentemente, que quien juzga en el futuro serán los hombres que nos sucedan. Con otras palabras distingue claramente entre lo laico y lo religioso. No se pretende aquí defender su laicismo, más bien lo que se resalta es la contradicción que se observa en su pensamiento a los 73 años. Tampoco se niegan sus escritos y poesías de contenido religioso mucho más anteriores, donde incurre con harta frecuencia a la utilización del «nombre de Dios en vano».
Aún más, prosigue denunciando el egoísmo, la insinceridad y la supervaloración de los propios méritos. Rechaza, como reprobable, el incumplimiento del deber de algunos y que no valoren las satisfacciones espirituales; así mismo, advierte lo negativo que es socialmente el anteponer las ventajas económicas, el relumbrón, los goces materiales o pasajeros que conducen a los ineptos a no cumplir las obligaciones inherentes a los puestos de trabajo que ocupan. Concluye reparando en la búsqueda del éxito con la adulación al poderoso, en otras palabras, les acusa de «pelotilleros» y les descalifica por poner en práctica «una flexibilidad dorsal, ejercitada en lucrativa gimnasia».
Ahora bien en su artículo, desde una postura autocrítica, propone que hay que ceder el paso «a quienes conocemos que puedan actuar mejor que nosotros y el que aspiran a un puesto debiera limitarse a merecer serlo», sin conceder importancia a sus consecuencias.
Añade, por último, una mención a la envidia, interpretándola como un sentimiento que emerge cuando alguien siente que otra persona le estorba porque le impide alcanzar sus propias ambiciones. Concluye su artículo proclamando que el trabajar con desinterés y sin desmayo ha de ser el ejemplo de cualquier persona pública.
Roa creía en todo lo que representaban estos pensamientos que él atribuye al leonés y utiliza el término leonesismo como un modismo que designa a las gentes que trató y convivió con ellas: un León idílico a todas luces imposible.
En su fuero interno lo que expresa en este escrito publicado en el Diario de León hace 56 años es un ideal de conducta aplicable en cualquier tiempo y lugar. Por todo ello debe admitirse que estos aspectos morales figuraron entre sus preocupaciones intelectuales e intentó personalmente cumplirlos.
La conclusión a que pudo haber llegado el propio Roa no es otra que aceptar que para cambiar la sociedad en que uno vive cualquier individuo ha de comportarse de este modo y que si lo intenta ha de contar con las personas que muestren ese mismo modo de ser.
Define y defiende así un ideal de ser humano necesario para involucrarse en la vida pública y, aprovechando el momento casi al final de su vida, para enumerar los valores morales en los que quiso vivir.
Amigo lector, ¿no crees que este modo de actuar tiene actualidad y está llamado a imponerse?