Diario de León

TRIBUNA

Las píldoras de la felicidad

Publicado por
Antonio García Cenador. Psicoanalista
León

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Sigmund Freud, en El malestar en la cultura , se preguntaba: «¿Qué fines y propósitos de la vida expresan los hombres en su propia conducta, qué pretenden alcanzar con ella? Aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo».

Las píldoras de la felicidad, esas que nos venden como la causa necesaria para ser felices. No son una novedad. Siempre han existido. Baste recordar el elisir de la eterna juventud, los filtros de amor y… más al alcance de la mano, la herba namoradeira. Herba de uso tópico y que también se puede administrar por vía oral. Incluso se potencian sus efectos yendo a pasear a la playa en noche de luna. «Coa a ría aluarada e falando de amor». Las píldoras actuales ya no las dispensan las meigas ni el diablo. Las actuales las fabrica la industria farmacéutica, están diseñadas por científicos y son expedidas por profesionales cualificados con la prescripción de un facultativo. Todas tienen sus inconvenientes. Bien porque sus efectos no sean duraderos o porque el diablo se presente a cobrar la factura. También las de ahora pasan factura y no sólo a la Seguridad Social.

¿Qué es la felicidad? Según la OMS, es «el estado de completo bienestar físico, moral y social, que no consiste solamente en ausencia de flaquezas o enfermedades». Todos sabemos que esto es una fantasía, eso sí, institucionalizada y elevada a promesa electoral, que se desliza hacia el imperativo de ser felices: está prohibido el dolor, la pena, el duelo, la tristeza…y, si llegamos a experimentar estos afectos, se nos acucia para que nos demos prisa en resolverlos, olvidarlos, pasar página. Aplíquese usted al deber de sentirse contento, estar guapo, tranquilo, eficiente y… sobre todo sea usted positivo.

Transformar la tristeza normal en enfermedad es la premisa necesaria para que nos vendan la felicidad en píldoras. La llamada cultura de la serotonina consiste en dar por hecho que todo lo que se necesita para estar bien es reponer el nivel de serotonina.

Esta exigencia de lograr la fantasía de la felicidad, se apoya en el organicismo desmedido y en el «integrismo genético», que postulan el determinismo no sólo por lo que respecta a las enfermedades, sino también, en lo que atañe al comportamiento. Esta ideología va a contracorriente de los descubrimientos científicos. La anatomía cerebral da cuenta de la capacidad fisiológica de un ser humano para hablar y moverse. Pero, ¿explica por qué dirá o hará una u otra cosa?

¿Por qué ha elegido usted leer estas líneas en lugar de ir al cine, estudiar, o tomarse unas cañas? ¿Estaremos todos determinados por el gen «felicitatis»? Y, si mi gen «parlanchín» me dicta lo que he de decir, por qué —a veces— tartamudeo, me azoro o me quedo en blanco?

Posición del psicoanálisis: El psicoanálisis no se opone a los descubrimientos de la ciencia. Al contrario, se aprovecha de sus beneficios; pero rechaza toda definición del sujeto en términos de determinismo biológico, social o familiar. El psicoanálisis defiende la particularidad de cada sujeto.

El uso de la medicación es indisociable de la relación intersubjetiva. Para la ciencia terapéutica, los medicamentos tienen indicaciones que responden a sus propiedades y a su uso reglado. Pero los pacientes se las apropian para su uso privado, con efectos particulares, no siempre conformes a lo esperado.

El psicoanálisis propone una prescripción ética que supone tener en cuenta el goce al que todo sujeto está confrontado. Implica, por lo tanto, respuestas variadas: prescripción continua o transitoria, reducción, supresión… Y siempre, sabiendo que los psicofármacos no curan pero pueden ser imprescindibles para que los sujetos decididos puedan trabajar en la solución de sus problemas o en el alivio de su sufrimiento.

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