FUEGO AMIGO
Viajes de centenario
La rueda de los centenarios ha unido este año la celebración de dos escritores nuestros, en cuya obra plural y diversa brilla con luz propia su cultivo de la literatura viajera. Ramón Carnicer (1912-2007) y Dionisio Ridruejo (1912-1975) suman dos trayectorias pletóricas de aventura, aunque de signo bien diferente. Volcada hacia lo público la de Ridruejo, que fue protagonista relevante en los episodios más crudos del siglo veinte español, con grave perjuicio para la estima de su obra literaria.
Aunque se apeó el primero del provecho, la purga de aquel error le ocupó buena parte de su vida. En 1956 ingresó en la prisión de Carabanchel, después de varios destierros y confinamientos, y seis años más tarde participó en el contubernio de Munich y conoció la experiencia del exilio. Luego, los intentos sucesivos por armar un partido socialdemócrata que no se llamara exactamente así y la experiencia como profesor en universidades americanas apuran la última década de su truncada madurez. Casi sin tiempo apacible para el cuidado de su obra como creador.
Lo primero que llamó la atención de Ridruejo fueron sus escritos memoriales, en los que fue haciendo palinodia del falangismo ferviente y de todas las suertes del posibilismo ingenuo, desde las que intentó abrochar la conciliación a través del diálogo. En aquellos tiempos de disimulo y cambios de chaqueta, su sinceridad suponía un valor añadido. No alcanzó a rematar las memorias, que en su primera versión armó con materiales dispersos en un par de volúmenes (sumo al recuento Sombras y bultos) el leonés César Armando Gómez. Treinta años más tarde, después de un laborioso expurgo de adherencias y acarreos, las reeditó Jordi Amat. Su título sigue siendo Casi unas memorias.
El poeta Ridruejo transitó desde la cantería de los sonetos clasicistas hasta la confidencia jugosa de los versos de sus estancias docentes en América. Allí pasea por receta, mientras evoca la vecindad de Ricardo Gullón. Este Ridruejo último, que decanta la revisión de su poesía para la colección de Clásicos Castalia o apura la traducción de El cuaderno gris de Pla, con plena conciencia de sus pasos postreros, ya ha dado a la imprenta su obra mayor, los dos volúmenes monumentales de Castilla la Vieja (1973-1975), que constituye una de las cumbres de la literatura viajera contemporánea. También Ramón Carnicer publica entonces Gracia y desgracias de Castilla la Vieja (1976), un viaje muy distinto inscrito en la misma órbita ilustrada. A finales de 1982, vio la luz el volumen de Destino referido a las cinco provincias escolares leonesas, un pergeño lamentable del gallego Álvaro Rubial, que se quedó sin fotos y ya no pasó del bolsillo. Como tantas otras veces, ahí salimos perdiendo.