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VICTORIA LAFORA
León

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La imagen de esa fila de coches negros, todos idénticos, circulando uno detrás de otro por las tórridas carreteras madrileñas, parecía la viva imagen de esas películas de mafiosos en las que los clanes se reúnen con el capo. Faltó la imagen de la llegada al destino, pero en el cine siempre se baja primero un batallón de guardaespaldas armados hasta los dientes.

Como se vio en televisión, en esa negra caravana se desplazaban los altos ejecutivos de las empresas de juego dirigidas por Adelson. Iban a ver los terrenos que la Comunidad de Madrid ofrece para instalar en ellos su ciudad del juego. La actitud de Esperanza Aguirre ante el «amigo americano» oscila entre el servilismo más pueril y la chulería madrileña: «Madrid habla inglés y tiene más PIB per cápita que Alemania», les espetó sin despeinarse. Eso sí, también está dispuesto su Gobierno a mediar para que en la ciudad del juego no rija la legislación española en temas de tanta trascendencia como la Ley del Menor, la prohibición de fumar en espacios cerrados o incluso la última legislación laboral aprobada por Mariano Rajoy.

No queda aquí el tema. Los americanos han exigido que esas modificaciones, o excepciones a leyes en vigor, se apliquen también en otros centros porque no les parece elegante que su mega casino pase a llamarse «Ciudad sin ley». El nombrecito tiene su morbo para las mafias internacionales, que siempre acuden como moscas a hacer negocios de blanqueo en estos centros donde el dinero cambia de manos en segundos. Pero Adelson, quiere también que sus hoteles se llenen con jugadores europeos y para eso la cita mafiosa le molesta.

A cambio de una hipotética creación de doscientos mil puestos de trabajo, contratados en unas condiciones al margen de la legislación laboral española, exigen, además, una rebaja de las imposiciones fiscales al juego y no pagar determinados impuestos municipales. Otros que pretenden, como la Iglesia católica, no pagar el IBI.

Pero lo que aproxima este proyecto a la imagen de un timo en toda regla es que solo piensan financiar un tercio de la inversión inicial. Para el resto van a pedir cómodos créditos a bancos españoles. Se podría pues resumir de la siguiente forma: se pone el terreno, se facilita el crédito, se quiebra el estado de derecho a beneficio de unos empresarios del juego americanos para que, se forren. Y si, al final el negocio sale mal, la Comunidad de Madrid tendrá que quedarse con unos casinos fantasmas, como «la ciudad del pocero» por donde corren los cardos.

Como mencionar la palabra «puestos de trabajo» es el mejor cebo que se puede colocar ante un político en estos momentos, los hombres de Adelson han sido agasajados con cenas y comidas en Madrid. El desencanto de los ciudadanos se convertirá en furor si Eurovegas acaba siendo lo que parece.