EL AULLIDO
Amancio Prada
Mediante una canción de Amancio Prada una vez me sometí a la disciplina de esa sobria belleza que, como el dolor, te regresa drásticamente a ti mismo, y ya no he vuelto a ser el mismo...
Fue una. Una canción suya como un esbozo preciso de la serenidad crítica, y seguí esas consecuencias emocionales que llevaban a uno mismo o al poema de amor que mataba de celos a la novia de mi novia, entonces.
Sí, sonó dentro de mí como el redoble de un abrazo memorable.
Era una como un modelamiento del alma compartida en un piso de estudiantes -demorada jerarquización de las pasiones por medio de sonidos empapados en la palabra entonces-.
Y ya no fue fútil la soledad ni ninguna revolución pesimista porque existió esta canción tan clara como un presentimiento en los sentidos; una canción con ritmo de arroyo, y afectación de crepúsculo de color azafrán, y lirismo que rebajaba la ansiedad como se rebaja el whisky con agua de mar…
¡Oh, era una canción semejante al duelo a muerte con uno mismo del que se jactan los suicidas!
La recuerdo ahora con un clavel de emoción apretado entre los dientes: una canción pluriempleada que remedaba a lo contrario de escribir que es no llorar nunca del todo; una que guiaba por los rudos combates del vivir igual que el plano de la ciudad laberíntica de mi ánimo de guerra allí, lejos de mi alma en Toronto University, audazmente perdido en el torbellino abosquejado de la música que salva.
Una trova del ascético Amancio. Una clase de vuelo. Un experimento digestivo como mascar el éxtasis de una figura humana en medio de otro mundo. Apuro y escapada. Yo el que baila contra el viento, entonces. Una.
Era una canción abstrayente sin el fuego del trance, dejadiza en certezas, doctora en suavidades que azuzaban la existencia que de por si se aplomaba. ¿Qué es no arriesgar el canto?, me susurraba Amancio. Y lagrimeó mis incendios gracias a aquella canción que, como el sexo, era una obra maestra de la artesanía...
Hoy regresa a León para darnos esta noche un concierto como quien vuelve a casa a rellenarnos el alma de magnánima belleza.
Eso: otra canción de este timonel de mi alma, nuestra alma, que es Amancio Prada, al cual León, este diminuto y singular lugar que es nuestro mundo, le debe algo parecido a una corona de laurel.
Yo no sé nada de laureles pero reparto abrazos gracias a la educación sentimental que la poesía y tu música, querido Amancio, me han proporcionado… Ahí te va uno.
Y, de todo corazón, gracias.