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JOSÉ A. BALBOA DE PAZ
León

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El día de san Juan estuve en Frías, un pueblo de Burgos que celebraba su fiesta del Capitán, personaje uniformado que, acompañado de danzantes, baila una bandera en la plaza en recuerdo de la lucha del pueblo por liberarse de la opresión feudal. Frías, pese a sus 300 habitantes, es una ciudad encaramada sobre un cerro que domina el paso del Ebro, con casas colgadas sobre el abismo y una meseta amurallada en cuyos extremos se levantan la iglesia de san Vicente y el castillo de los duques de Frías, que se eleva en airosa filigrana sobre un peñasco. El calor sofocante añadía ardores suplementarios a los bercianos que allí estábamos, por las noticias que en sucesivas llamadas telefónicas nos llegaban de la victoria de la Ponferradina sobre el Tenerife, al tiempo que otros nos ponían al corriente del triunfo de Alonso en Valencia. La victoria de España ante Francia completaba un exitoso fin de semana.

En medio del entusiasmo, una lectora de esta columna me interpeló: el lunes puedes escribir que todo se ha arreglado. Sé que su ironía sólo pretendía refrenar la alegría, y comprendo bien su estado de ánimo. La subida de la ponferradina no va a arreglar el problema minero, ni remitirán los eres que amenazan el empleo de Vitro y Roldán; tampoco las victorias de Alonso o las de selección de fútbol harán bajar la prima de riesgo o solucionarán los graves problemas sociales que amenazan los recortes del gobierno. Hoy lunes, campeones o subcampeones de Europa, nos levantaremos expectantes por conocer si las negociaciones en Bruselas han dado resultado, que parece que si, si baja la prima de riesgo y se inyecta dinero a los bancos para que corra el crédito a familias y empresas. Pero aunque así no fuera, nadie nos podrá quitar estas pequeñas alegrías, ni el ondear de banderas, ni los gritos de «soy español».

La excursión del Instituto de Estudios Bercianos por las hermosas comarcas de la Bureba y las Merindades nos llevó a Frías y Poza de la Sal; pero el objetivo era Oña y la exposición de las Edades del Hombre, en esta edición dedicada a Monacatus. El monasterio de San Salvador, que acoge la exposición, es un edificio magnífico enclavado en un paisaje de ensueño, a orillas del Oca entre montañas, que sólo él merece la visita. La exposición, 138 obras de gran calidad como nos tiene acostumbrados la Fundación, recoge diversos aspectos del mundo monástico, desde la vida cotidiana del monje, las órdenes religiosas y sus fundadores, las relaciones con la monarquía, hasta la vida de recogimiento y oración, que es lo que realmente la caracteriza. Reflexionar sobre ese mundo de ideales ascéticos tan alejado del nuestro, puede ser una terapia para nuestros males, porque no sólo de pan vive el hombre.